Por Eduardo Nabal
Lo mejor de “Sufragistas”, la última película de Sara Gavron, es que no se centra tanto en el voto femenino, aunque sea la espina dorsal que recorre el filme o su punto de partida y llegada, como en el retrato de un grupo de mujeres de clase trabajadora en torno a una inhumana lavandería donde trabajan más horas y en peores condiciones que los hombres donde, doblemente explotadas, van tomando conciencia de que necesitan cambiar su posición en la sociedad británica del momento.
A pesar de algunos apaños argumentales y giros sentimentales el filme se sostiene por el ritmo, la cuidada ambientación y el notable esfuerzo de la casi siempre excelente Carrey Mulligan, al lado de secundarios de la talla de Helena Borhan-Carter o Ben Wishaw. Estamos ante un filme que muestra que la lucha por el voto femenino en la época no fue una lucha fácil, ni pacífica y que sus protagonistas arriesgaron mucho por conseguir dar voz a las mujeres en una sociedad patriarcal y basada en un modelo de explotación socioeconómica que se cebaba particularmente en ellas y en sus hijas, a las que se deparaba un futuro similar, de vidas cortas o indignas.
Filmada con brío, sin grandes excelencias fílmicas pero al servicio de sus actrices y de una pequeña historia dentro de la historia con mayúsculas estamos ante un filme honesto, valiente y necesario de una directora que muestra que las luchas por los avances sociales nunca han sido luchas fáciles ni han contado con el respaldo de las mayorías sociales en el momento histórico en el que se produjeron o iniciaron. Un filme bien ambientado que sorprende por la dureza y brío de algunos mejores pasajes dramáticos frente a algunos puntos argumentales poco verosímiles o demasiado previsibles.