Refugiados y humillaciones: El regreso de Europa al Fascismo

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Cierre de fronteras para refugiados

Por Juan Argelina

“No cedemos ante el terror. Nosotros somos el terror”. Son palabras de ficción.

Corresponden al final de la cuarta temporada de “House of Cards”, y son pronunciadas por el igualmente ficticio presidente Francis Underwood, tras ver la retransmisión pública del degollamiento de un ciudadano norteamericano a manos de secuaces de una organización islámica muy parecida al Daesh. A fin de proteger su poder, el político inunda las pantallas con el miedo, y asegura legalmente la justificación de sus actos más infames. Es el mismo terror que resuena en la selva vietnamita de “Apocalipse Now” en boca del coronel Kurtz antes de que el napalm destruya su efímero reino. El mismo miedo que inspira Jekyll cuando se convierte en Hyde, y que traspasa los límites de la literatura o el cine cuando somos testigos de la inhumanidad y la vergüenza cotidianas desde nuestros cómodos sillones.

Unos energúmenos se mofan de unas mendigas en pleno centro de Madrid. Las tiran monedas mientras las obligan a hacer flexiones. Queman billetes ante sus ojos. Las empujan y gritan embravecidos que no se atrevan a cruzar sus fronteras. La situación se repite en Barcelona, en Roma, … donde llegaron a mearse encima de uno de los indigentes. Aparentemente no había motivaciones políticas, no se trataba de neonazis o ultraderechistas manifestándose por la limpieza étnica o contra la inmigración. Eran personas normales que, enardecidas y envalentonadas por la contaminación del discurso racista que campea por Europa, aprovechaban la carta blanca que siempre se da al embrutecimiento y barbarie de los seguidores del fútbol, para mostrar su “otra cara”, ese lado oscuro que impone el “terror” del poder, sembrado desde hace tiempo a través de la televisión.

La construcción de un “super-consumismo” ha llevado a la crisis y al aislamiento de Occidente, al atontamiento de las mentes de sus habitantes, al olvido de su experiencia histórica, al estancamiento cultural, y a la imposibilidad de comprender su propia situación crítica. Es, de nuevo, el momento de los fanatismos, del regreso de la intolerancia. Porque no sólo es el rechazo a los refugiados o a los inmigrantes en general, sino también a cualquier diferencia que genere inquietud en la “normalidad” social: cuando parecía que los derechos iban ampliándose, las sociedades europeas, viendo peligrar su comodidad ante la crisis, se han blindado y reaccionado contra todo lo que no represente seguridad. El reciente acuerdo de la UE con Turquía ha demostrado la descomposición de los principios básicos de Europa como garante de los derechos humanos.

Miles de refugiados vagan por los Balcanes como si fueran ganado, y en sus rostros ya se aprecia el horror ante la certidumbre del regreso al infierno de donde salieron. Pero a los gobiernos 3430_1011796192176996_1496611527589571430_neuropeos no les importa. Han logrado enardecer a sus masas de ciudadanos para envolverles en el patrioterismo de su raza. ¿En qué consiste ser europeo? Para empezar, en ser rico, por supuesto. Por eso humillan a los indigentes. Por eso incendian centros de acogida e impiden que los bomberos actúen. Por eso legislan para confiscar sus bienes. Por eso cierran fronteras e instalan concertinas. Por eso expulsan masivamente a los refugiados que han logrado entrar a duras penas. Por eso, antes de afrontar el problema fomentando el respeto y la solidaridad, los gobiernos han decidido apostar por el terror, y adoptar el lado maligno del doctor Jequill. A través de los medios de comunicación han creado una verdadera paranoia en la población. El poder actual de estos medios, sobre todo internet, es inmenso, y no solo en el sentido de vigilancia y espionaje, sino en el de la creación y manejo de conductas.
Si H.G. Wells levantara la cabeza, vería cómo su “Guerra de los Mundos” ha tenido repercusiones reales globales. Su novela comienza diciendo: “Nos vigilaban y no sabíamos nada”. El poder actual de los medios nos transmite la misma idea: nos vigilan, nos roban, y nadie nos protege. Esto crea la primera sensación de indefensión que hace que sean los propios ciudadanos los que pidan al Estado que les defienda frente a un agresor indeterminado. Esa sensación de inseguridad logra que veamos agresores en todas partes.

La guerra en Oriente Medio no se originó por casualidad. Tras los atentados del 11-S en 2001, todo ha sido una constante campaña de miedo que nos ha llevado hasta aquí. Afganistán, Irak, Libia, Yemen, Siria, … La amenaza terrorista, como la de los marcianos de la Guerra de los Mundos, ha contagiado el terror esparcido por los medios, a todos los ciudadanos de Occidente, que se resignan a ver recortados sus derechos en aras a su seguridad amenazada. Los refugiados de esas mismas guerras, creadas por los intereses de aquellos a quienes beneficia ese miedo, son señalados igualmente como un peligro, y por ello podemos oír voces advirtiendo cómo entre ellos podrían esconderse terroristas.

La “opinión pública” se ha manejado convenientemente para que acepte no tanto una guerra “contra” el terror, sino una guerra “de” terror, tanto fuera como dentro de nuestras fronteras. Las causas reales quedan fuera del debate. El poder ha logrado así su objetivo de controlar nuestras mentes a través de los medios, moldeando el sentido común de la sociedad hacia la creencia en que sus propios intereses son los de los ciudadanos.

Es así como se está desarrollando lo que Deleuze define como “Microfacismo”, por el que la voluntad de los sujetos queda sometida a la acción del “linchamiento” cotidiano, y a la aceptación de conductas represivas a nivel individual y local. Es realmente preocupante que el pensamiento derive hacia la intolerancia en todos los ámbitos, y se normalicen actitudes crueles, autoritarias o sádicas como las que vimos en Madrid con los hinchas del PSV ante las indigentes, o las que habitualmente se transmiten con los refugiados en las fronteras de Grecia. Si la deshumanización del otro se convierte ya en una norma, y los Estados no solo la consienten, sino que la fomentan, es que hemos llegado a un punto en que nuestra condición humana se ha degradado al punto de convertirnos en zombis. Debemos defendernos de esa tendencia a no pensar en nosotros mismos, a no interpretar el mundo en nuestros propios términos, a dejarnos arrastrar por la maquinaria comunicacional del poder, que nos induce a olvidar en qué mundo estamos, es decir, a idiotizarnos. Este es el verdadero “terror”.

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