Por Rufino Hernández
La tormenta fue rabiosa. La catarata que se formó sobre el ascensor de entrada al hospital, impedía la entrada y salida a pacientes y sanitarios.
Las cortas conversaciones que se forman entre los usuarios de este ascensor, siempre giran sobre lo descerebrado de su construcción.
Ha sido como un mazazo en la frente que nos ha hecho recordar la irracionalidad de la construcción del hospital burgalés, nos ha recordado la infinidad de intereses económicos que siguen lucrándose de este servicio público que es la sanidad.
Si el covid-19 ha puesto blanco sobre negro la realidad de la sanidad española, de los recortes y privatizaciones a la que está sometida, la tormenta del día tres de junio nos ha mostrado con su innata fuerza, la gran chapuza, el usurero negocio, el derroche de los dineros públicos, a los que está sometido el hospital de Burgos.