Por Eduardo Nabal
“Que fueron expulsados de las academias,
por locos,
o por escribir odas obscenas
en las ventanas de la
calavera”.
Allen Ginsberg “Aullido”
Dentro de sus coordenadas especio temporales (marcadas como ya se ha dicho hasta la saciedad por la movida madrileña, las juergas autodestructivas, la intelectualidad de los setenta o la procedencia familiar) podemos rescatar la obra de Eduardo Haro Ibars, como de otra manera, la de su amigo Leopoldo María Panero. al margen de sus trayectorias vitales o con otra perspectiva, mal conocida de su personalidad como creadores de formas hoy casi insólitas.
Sin discutir la calidad innegable del ensayo Eduardo Haro Ibars: los pasos del caído de J. Benito Fernández invito a los lectores y lectoras a descubrir su obra, su verdadera obra, influida por los poetas franceses, la generación beat (con su culto a las drogas o su pionera vindicación de la homosexualidad) o incluso de la cultura pop emergente en nombres como Pedro Almodóvar, Alaska o Antonio Flores. Muchos de ellos utilizaron letras o aspectos de la vida de un prosista y poeta fuera de lo común para sus composiciones o incluso sus obras. Haro Ibars debe puede gustar o no gustar como personaje público pero al reducirlo a “producto de una generación” o “integrante de la movida madrileña” lo que se hace (como ha ocurrido con la figura de Gil de Biedma, Genet o Capote) a limitarse a ser juez y/o parte de su vida, sin leer el alance incendiario de la obra del autor “El muchacho eléctrico” o “Intersecciones”. En la literatura de Ibars encontramos ecos de tiempos pasados (los citados Beat), con la ciencia ficción y lo “queer” entendido como punto de vista “asocial” o transgresor de la heteronorma. Su libro “Intersecciones” o sus breves ensayos poéticos en “El libro de los héroes” son más que interesantes experimentos formales, son pequeñas joyas de la literatura española, relegadas a colecciones en pequeñas editoriales y sin reedición accesible.
Experimentando con mezclar sus experiencias vitales como la creación literaria Ibars ha sido un caso extremo en la literatura española del siglo XX, tal vez sin el talento de Gil de Biedma pero con una marcada personalidad y una tendencia a desbaratar los cánones de la narrativa tradicional y al pastiche nada comunes. Su libro “Gay Rock” (nunca reeditado) también fue pionero en su vindicación de experiencias foráneas que merecían ser contadas y letras que podían ser escuchadas.
A pesar de las intrigas familiares, la conspiración médica y los memorialistas de turnos su obra sigue vivía y vibrante.
Aquí y ahora solo se cuenta su vida, dividida entre el activismo y el hedonismo, enfrentado a los prejuicios de su clase social y también a los de la izquierda radical (desde LCR al FHAR) a la que se aproximo en su día. Su muerte por VIH fue algo más que una de las “secuelas” de la movida, fue el fin trágico de una interesante carrera literaria que aún hoy nadie puede fosilizar. Ibars retrató un Madrid en cambio y mutación- hoy casi irreconocible- y sus amoríos con otros hombres con una apabullante sinceridad. Eduardo poeta no hubiera querido ser recordado un personaje de cotilleo o de estudio biográfico generacional sino más bien como un literato iconoclasta “que siempre tendrá cerveza en sus cabellos”.
Pero nada mejor que dejaros con palabras del propio poeta en uno de sus incendiarios y visionarios artículos:
«Cuando trato de ser realista, y proclamo a los cuatro vientos que todo va mal, y que todo irá a peor todavía, se me llama derrotista, pesimista y desesperanzado. Por desgracia, la realidad me da continuamente la razón. Y siguen matando chavales por las calles, y se restablece la censura en el cine —aunque haya perdido su nombre, y sea una censura más vergonzante y no menos vergonzosa—, y se prohíbe el derecho a manifestarse. A mí todo esto me recuerda décadas anteriores y negras; mucho me temo que vamos a caer de nuevo en el aburrimiento, en la grisura, en el vacío físico y moral que imperaba con nuestro papá Franco, que es también el papá de estos chicos que hoy nos gobiernan y nos mandan, y que encima dicen que nos “representan».
Eduardo Haro Ibars, “El decenio que viene”, en sección “Cultura a la contra” de la revista Triunfo, número 883, 29 de diciembre de 1979, pag. 40.