Por Eduardo Nabal
Leo en el titular de portada de un periódico local que el 100% de los adolescentes que ingresan en psiquiatría consumen drogas.
Ante semejante bulo uno se queda paralizado. Otros se quedan paralizados por los poderes cuasi-divinos que se han auto-otorgado las instancias que son capaces de conducir a una frase así. Aunque luego haya matices.
Desde los antiguos griegos se culpaba a los jóvenes y sus disipadas costumbres de la decadencia de la polis. Ahora se necesita señalar a los que no siguen todo los dictados de lo que se espera de ellas y ellos. Esta diversofobia, tan querida por la clase médico-psiquiátrica, contribuye a lo que Goffman llamó el estigma y que, en ocasiones, precede, marca o incluso crea al sujeto.
Pero el Hospital de Burgos, HUBU, no se anda con medias tintas ni desmentidos necesarios. Los adolescentes y las enfermedades mentales, como esas drogas que se supone que se consumen (las ilegales, no las que recetan y fabrican las grandes corporaciones farmacéuticas) aparecen mezcladas en un “totum revolutum” en el que en macabras conferencias puedes llegar a oír tanto que el cannabis produce “esquizofrenia” como que está enfermedad tiene origen genético. Una paradoja realmente enloquecedora. Pero aún hay más. Ni la bulimia, ni el estrés escolar, ni el bullying machista o transfóbico, ni las dificultades de crecer en un mundo donde suben las tasas universitarias y disminuyen las oportunidades laborales tienen nada que ver. No son los estupefacientes. Y estupefactos nos quedamos los lectores de la noticia, precedida por varios libros de estos ilustres señores, autores, además, de varios libros sobre la felicidad, con cierto tonillo de “viejos verdes”.
En fin, los adolescentes, la policía, los médicos, todo muy cinematográfico pero no pega ni con cola. Detrás de esto no solo hay un discurso moralista reforzado por la educación que quiere imponer el partido en el poder sino también la defensa de los intereses de las otras drogas, las legales, esas que cronifican las enfermedades y ahorran el tener que escuchar al paciente más de lo justo.
La Seguridad Social es hoy una larga lista de espera y desesperación donde los teléfonos de urgencias no paran de sonar. Pero para los voceros de la derecha no tiene nada que ver con los recortes en sanidad o la desinformación sino con la afición de nuestros adolescentes a las drogas que los conducen, como a los viejos beatniks, a diversas formas de enfermedad. En fin, un despropósito, aunque lo firmen con letra de médico o lo impriman en un “periódico” de tradición conservadora.
El miedo está en lo que nos hemos dejado en el HUBU, en lo que no se cuenta y los efectos secundarios de tomar medicamentos legales (algunos “drogas de diseño” en experimentación) que pueden durar de por vida. En este panorama parecen querer como en la época de la contestación callar los gritos de los contestarios como el aullido de Ginsberg o las obras maestras de literatos y cantantes de su generación. Mediocridad con receta médica, nada que experimentar. Solo Poe pensó en levantar la cabeza para oír esto.