Por Eduardo Nabal
Una traducción tan necesaria como polémica
Llega la traducción del maravilloso y ya clásico libro de Gloria Anzaldúa “La frontera: The new mestiza”, una obra mítica, inagotable, un clásico moderno y uno de los libros fundacionales de la teoría queer transfronteriza, de la visibilidad de las mexicanas que emigran a EEUU en los setenta y ochenta, de las lesbianas pobres, de color, cruzadas por muchas identidades superpuestas o contrapuestas que van a reclamar su espacio en la esfera de la política a uno y otro lado del mundo anglo. Una de esas identidades cruzadas, violentadas, reinventadas es el spanglish en el que está escrito parte del libro original “Borderlands. The new Mestiza”.
Un libro saludado por sus compañeras de viaje y por activistas todavía en activo como la mítica luchadora Angela Davis, cuyas memorias acaban de aparecer en la misma editorial. La traducción de Carmen Valle es cuidadosa, respetuosa y brillante (necesaria para los no conocedores de la lengua inglesa, y aunque se han perdido muchas cosas, se han apreciado otras) pero inevitablemente ese mestizaje lingüístico, como reconoce la propia traductora, no tiene la misma fuerza, algo se desvanece en el trayecto, algo de este cruce de caminos. Anzaldúa se ve rechazada o ninguneada como mujer entre los grupos de hombres negros o mexicanos al uso, como mexicana entre los anglos, como lesbiana entre las mujeres tradicionales de su cultura, de todas éstas exclusiones nacen nuevas identidades, tránsitos, líneas de fuga, aperturas, espacios de posibilidad, de combate, de creación y resistencia firme de los que surge “La Frontera/Borderlands” un libro inmenso que incluye reflexiones políticas, autobiografía, apuntes sociales, protestas organizadas, cicatrices y poesía o prosa poética. La frontera, un libro inmenso y admirado casi desde su aparición, ha servido de inspiración a toda una generación de escritoras de todo el mundo que creen que el lenguaje no es inocente, que la mirada colonial o poscolonial (Sayak Valencia, Donna Haraway, Wendy Guerra, Gioconda Belli…) puede ser cuestionada, y que las identidades no se superponen sino que se cruzan como las fronteras en las que habitan nuestros cuerpos y nuestras vivencias hacia nuevos continentes y espacios por re-crear al margen de los esquemas del capitalismo anglosajón y del heteropatriarcado transfronterizos.
Hoy día cuando Obama concede derechos mínimos solo a algunos mexicanos y a algunos sectores privilegiados dentro de las llamadas “minorías” el ominoso Donald Trump, desde su circo de ultraderechas, amenaza con cerrar del todo las fronteras con México. Entonces la actualidad, nunca perdida, del diario de combate y recuerdos escrito ya hace décadas de Anzaldúa cobra una sangrante vigencia, ya que no ha perdido ni su rabia ni su hermosura, ni su hondo calado social. Un libro en el que ya se abordan de forma espontánea y con bizarra poesía temas como el mestizaje, la despsiquiatrización del tránsito de un sexo a otro, el cuestionamiento de la neutralidad de la policía y los vigilantes de las aduanas, la violencia homofóbica y lesbofóbica, el racismo sutil que permanece en los trabajos, los partidos, en las pandillas y en las academias etc.
Poesía y compromiso no se estorban en un libro tan lleno de verdades incómodas, escrito con tanto dolor, ironía, autenticidad, admirado por gente como Angela Davis y solo comparable a los textos de otras autoras de su generación como Audre Lorde, Cherrie Moraga, Bell Hooks, Chela Sandoval, Alice Walker… que vivieron la raza y la cultura como algo que llevaban en su equipaje vital y que, junto a su corporalidad y sexualidad, supuso un estigma pero también una chispa de creatividad revolucionaria, dolorosa, vitalista y reveladora.