¿Literatura? ¿Para qué? Mejor un Panfleto para seguir viviendo de Fernando Díaz

¿Literatura? ¿Para qué? Mejor un Panfleto para seguir viviendo de Fernando Díaz. Ed. La oveja roja, 2007.

Por Nuño Castellanos Díez

La crisis financiera de 2008 ha hecho tambalear las economías a lo largo y ancho del planeta. En esta situación de crisis generalizada en todos los ámbitos de la sociedad hace que vuelvan las preguntas recurrentes en torno a la Literatura: ¿Es necesaria la Literatura? ¿Es capaz la Literatura de transformar el mundo o su origen burgués inmediatamente neutraliza su capacidad emancipadora? ¿Puede ser la Literatura un instrumento mediante el cual seamos capaces de hacer la Revolución? ¿Es necesario combatir el discurso de la clase dominante designado como “Literatura” o debemos desistir de él e intentar comenzar a construir un tipo de discurso otro, claramente diferenciado? ¿Es necesario continuar escribiendo novelas y poemas o ha llegado el momento de escribir, por ejemplo, panfletos? En definitiva, todas estas preguntas se podrían resumir en un escueto, parafraseando a Lenin, de Literatura ¿para qué?

Siguiendo la huella de Raymond Williams la Literatura, en un sentido global, podría definirse como aquel conjunto de discursos públicos a los que, en cada época y tiempo histórico determinado, una comunidad otorga la condición de literarios y en el que se agrupan aquellos textos mediante los cuales la propia comunidad se narra y se muestra a sí misma. Indudablemente, también constituye un acto de violencia, donde un yo escribe y un lee una propuesta de lenguaje elaborada por el autor, que va a afectar directamente a la construcción del yo del lector.

Este debate acerca de las responsabilidades del autor ya abierto con anterioridad por Jean Paul Sartre en Qué es la literatura, lo continúa Constantino Bértolo en su libro La cena de los notables donde aboga por la existencia de un pacto de responsabilidad que obliga a ese portavoz comunitario ante esos receptores silenciosos a tratar aquellas cuestiones que interesen al bien común, de lo contrario corre el peligro de que se le arrebate el uso de la palabra. Es decir, quien haga uso de la palabra pública debe actuar con la responsabilidad necesaria para abrir una nueva situación de libertad. Esta comunidad teórica a la que nos estamos refiriendo se ha traducido, en la práctica histórica, en formaciones sociales distintas, variables y dinámicas dentro de las cuales ciertas clases sociales han venido acaparando de un modo violento la representación de toda la comunidad, el control de los modos de legitimación y la construcción de la idea de bien común.

En nuestros días, esta situación se materializa en un escenario capitalista en el que los dueños de los medios de producción (burguesía) son los que monopolizan la representación, controlan el sistema de legitimidades y la creación de ese imaginario colectivo. Lo consiguen mediante la utilización violenta del mercado capitalista, donde tiene lugar la elaboración de mercancías, su circulación, su consumo y el modo en el que éste se lleva a cabo. En estas condiciones el pacto de responsabilidades, elemento constituyente de lo que sería o no Literatura, ha sido sustituido por un pacto mercantil, por un precio: yo vendo y tú compras. Sobre esta lógica mercantilista al autor o autores que mayor éxito de ventas consigue le correspondería indefectiblemente una mayor calidad literaria. Por lo tanto, el mercado seleccionaría a los autores que legitiman consciente o inconscientemente un estado de las cosas, el proyecto ideológico de la clase dominante. De esta forma, y como bien observaron Karl Marx y Federico Engels en La ideología alemana: “Las ideas de la clase dominante son, en todas las épocas, las ideas dominantes, es decir, que la clase que forma el poder material dominante en la sociedad, forma también su poder dominante espiritual”. Por lo tanto, la Literatura que surge de esta transacción comercial, como un producto de mercadotecnia estaría desarmada para una lucha revolucionaria, para cambiar el mundo o hacer la revolución, es decir, dispuesta para todo lo contrario: para dejarlo todo tal y como está.

Pero a veces la Literatura también se atreve a responder a las preguntas que se le formula. En Panfleto para seguir viviendo, Fernando Díaz deja patente la afirmación acerca de las capacidades de la Literatura y el autor como agentes de emancipación. El texto, mediante la voz de su protagonista, embiste contra esa “literatura de mierda que nos ha acostumbrado a que pensemos que somos peores de lo que creemos, más mezquinos, más corruptos, más capaces de la traición, indiferencia, crueldad y cobardía” (129). Asistimos ya desde su título al intento de Díaz de alejarse de esa Literatura que no quiere cambiar el mundo, al autodenominar su texto como un panfleto. La negación de pertenencia a la Literatura y la denuncia de su incapacidad en los procesos de cambio, aparece en numerosas ocasiones, y así dice dirigiéndose a un posible lector: “Este libro no es una novela. Este libro es una promesa que haréis o no haréis cuando lleguéis al final. Si os da la gana de llegar” (26) o en otro momento más adelante cuando con vehemencia acerca del porqué de su escritura afirma: “yo digo que esto no es una novela, pero ¿y si es Literatura? […] Se supone que si estoy aquí es por haber demostrado que me importa ser un escritor, por haber demostrado que puede haber escupitajos bellos. Pero a mí la Literatura me la suda, os lo juro, a mí me importa producir un efecto” (68)

David Becerra Mayor en su libro La novela de la no ideología sostiene que la novela española actual ha interiorizado o asumido la ideología dominante y, en sus textos, la exterioriza por medio del desplazamiento de las contradicciones radicales del sistema a favor de unas contradicciones imaginariamente conciliables para la ideología dominante, interpretando toda forma de conflicto desde una lectura de corte intimista, psicologista o moral. A pesar de que en los últimos años la conflictividad laboral se ha acrecentado en España, en la novela apenas existe conflicto social o político y toda la problemática siempre queda reducida al yo.

En Panfleto para seguir viviendo Fernando Díaz rompe esta lógica ya que, a pesar de utilizar un yo narrador como mecanismo de expresión, la forma tradicional de la Literatura burguesa, lo subvierte para utilizarlo como altavoz que se dirige a un lector colectivo, personificado en los estudiantes del Instituto donde trabaja como conserje y que ve todos los días nuestro protagonista. Observamos un paso evidente de la acción de un sujeto unívoco (yo) a un posible vosotros, deseando que se convierta en un nosotros de carácter colectivo, articulado, eso sí, dentro de un esfuerzo de militancia en una organización, en este caso de ideología comunista. Se plantea la militancia política colectiva como una forma de desprenderse y escapar de la dictadura del yo alienado que nos aísla y nos tiraniza, imponiéndonos un único destino, el narcisismo autodescriptivo. Como afirma Constantino Bértolo se debe asumir “la militancia no como negación de la individualidad sino como oportunidad para todo lo contrario: para recuperar la individualidad frente al individualismo, es decir, el ser como un estar con los otros frente al ser como un ser contra los otros”.

Me parece oportuno, para acabar, intentar responder a la pregunta siguiente: ¿si quisiéramos hacer la revolución recomendaríamos la lectura de este libro? Esta novela de Fernando Díaz sin duda puede ser analizada como un buen ejemplo de texto contrahegemónico. Es una excelente muestra de crítica contundente al capitalismo y sus efectos sobre las vidas y destinos de la gran mayoría de la población española, o como lo expresa nuestro narrador: “[un sistema que nos lleva a] pensar que alguien tiene derecho a hacerte tragar lo injusto, lo vergonzoso, lo humillante como si fueran cosas necesarias […] porque a ellos les sale de los huevos” (123). Pero quizás lo que lleva a recomendar de manera especial el texto de Díaz es la capacidad con que, paso a paso, va desmontando y deconstruyendo esa idea metafísica de un solo y único yo verdadero como centro y luz de la existencia, base del individualismo capitalista. Nos propone la idea de imaginar como alternativa un nosotros de futuro, a través de la militancia política activa en una organización revolucionaria. Ya que, como dice el narrador al respecto: “una organización revolucionaria va al cuerpo. Va de a ver cómo te organizas con otra gente para no tener que seguir llevando la misma puta vida, para dejar de estar condenado a una hipoteca basura y un trabajo basura y un presente de mierda” (82).

Nuño Castellanos Díez es profesor de Literatura en la Universidad de Georgia.

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