Green New Deal: cavando la tumba del mundo rural

Por J.C.S.

Hoy nos despertamos con la noticia de que en Villarcayo quieren instalar 290.000 placas solares en 317 hectáreas de tierras de cultivo. Una potencia total de 164 megavatios, acompañada de una larga línea de alta tensión y, lo más grave, la pérdida irreparable de tierras fértiles. A estas alturas, ¿todavía hay quien no se ha dado cuenta de que la tierra es nuestro sustento? De las placas solares, por ahora, no nos alimentamos.
Es momento de reflexionar.
Sea cual sea el planteamiento, lo cierto es que estamos ante otro modelo de consumo disfrazado de sostenibilidad. Los recursos se agotan y el planeta grita, pero en lugar de replantearnos nuestra forma de vivir, buscamos maneras “más amables” de seguir exprimiéndolo. Y, como siempre, lo hacemos a costa del mundo rural, expropiando y expoliando a sus habitantes, tratándolos como ciudadanos de tercera. Mientras tanto, las eléctricas imponen su monopolio extractivista, abanderando una falsa transición ecológica.

Si miramos este fenómeno desde una perspectiva colonialista, la realidad se hace evidente: el mundo rural es el tercer mundo, y las ciudades, las potencias dominantes que extraen sus recursos sin preocuparse por las consecuencias. Hemos llegado a un punto en el que el territorio ya no se disputa solo entre clases sociales, sino también entre formas de vida. La división entre lo urbano y lo rural se intensifica, y parece que no nos importa pisotear a una parte de la población con tal de mantener nuestro estilo de vida en las ciudades. Si esto suena exagerado, pensemos en lo básico: dependemos del mundo rural para alimentarnos, pero no le dejamos decidir sobre su propio futuro.

El ejemplo es claro. Si a una vecina de una aldea le colocan un aerogenerador de 200 metros de altura a un kilómetro de su casa, sin su consentimiento y con todas las consecuencias que conlleva, ¿quién se beneficia? No ella, sino las grandes ciudades, que siguen demandando energía a costa de su territorio y su calidad de vida. Se perpetúa el mismo esquema de siempre: unos pocos disfrutan a costa de muchos.
Hace años, un anuncio hablaba de la “república independiente de mi casa”. Pues bien, el monte también tiene una dueña: la persona que lo habita. Así como en tu casa decides de qué color pintar las paredes o qué cortinas colgar, la gente del mundo rural tiene derecho a decidir sobre sus montes, dehesas y páramos. Pero no se les deja.
Toda esta “masificación verde” se sostiene en una ocupación territorial mínima: apenas el 10% de la población vive en el interior, unos escasos 4,6 millones de personas. Y ahí es donde se pone el foco para la instalación de estos megaproyectos, aprovechándose del despoblamiento y la falta de voz política de estas comunidades.
El Green New Deal no es la solución, porque sigue apostando por un modelo de crecimiento basado en un consumo energético cada vez mayor. La verdadera alternativa pasa por el decrecimiento, por reducir la demanda en lugar de multiplicar la producción. Debemos priorizar el autoconsumo, aprovechar tejados, orillas de carreteras y espacios ya degradados, como se hace en Corea del Sur, en lugar de arrasar terrenos fértiles y ecosistemas enteros. No podemos seguir hormigonando el poco territorio verde y cultivable que nos queda.
El desinterés de la gente de ciudad viene, en gran parte, por desconocimiento y falta de vínculo con el territorio. No lo viven, no lo entienden. Pero el problema va mucho más allá de este artículo. Es un cúmulo de desprecios, estigmas y actitudes que reflejan cómo se ve el mundo rural desde fuera.
RENOVABLES SÍ, PERO NO ASÍ.

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