Por Juan Argelina
“ORÍGENES DEL “DÍA DE LA HISPANIDAD”
La idea de hacer coincidir la Fiesta Nacional de España con la del “descubrimiento” de América fue del escritor Ramiro de Maetzu, que el 12 de octubre de 1935 pronunció un discurso sobre el descubrimiento y la colonización de América. Aquel día publicó su artículo titulado «El día de la Hispanidad», donde lo describía: «Con gran brillantez se ha celebrado este año el día de la Hispanidad. Toda España se ha sumado a su conmemoración. Y no solamente en España. En América, ni qué decir. En cuanto al extranjero, allí donde existe un núcleo de españoles se han reunido y han brindado por la raza española.» (Hispanidad, nº 2, 1 noviembre 1935, pág. 26.).
El artículo volvería a publicarse en 1938, en plena guerra civil española, y sus ideas se convirtieron en uno de los principales soportes ideológicos del franquismo. Parece lógico que esta celebración encajase bien en el imaginario patriotero de la “España imperial” de los vencedores de una guerra calificada de “cruzada”, cuyos referentes históricos pasaban por el expansionismo “racial” y “religioso”, muy propio del fascismo italiano y el nazismo alemán. Previamente a que fuese denominada “Día de la Hispanidad”, esta fecha se llamaba Fiesta de la Raza, según un decreto de 1918, de Antonio Maura.
El 12 de octubre de 1939, año de la victoria de las tropas franquistas, alemanas e italianas en España, tras poco más de seis meses de postguerra, la celebración oficial del día de la Raza, presidida por Franco, tuvo lugar en Zaragoza, con una especial devoción a la Virgen en el día del Pilar.
La fiesta de octubre estaba avalada por una larga y compleja historia que se remontaba hasta 1892, año en el que habían salido a la luz las primeras disposiciones oficiales para su celebración. Fue entonces cuando, con motivo del aniversario del IV Centenario del Descubrimiento de América y por iniciativa del gobierno de Cánovas, la reina regente María Cristina firmó un real decreto disponiendo que se festejase, tanto en la Península como en los países de Ultramar, el 12 de octubre como fiesta nacional.
El éxito de aquella primera propuesta fue escaso; la medida oficial nunca llegó a materializarse y los diversos actos conmemorativos celebrados en España tuvieron una discreta acogida entre las masas. Tras este primer intento por parte del Estado, a lo largo de los años consecutivos las celebraciones de la fecha se desarrollaron gracias a iniciativas de índole no gubernamental fomentadas, fundamentalmente, por la Unión Ibero-Americana. Aunque las conmemoraciones fueron adquiriendo un progresivo carácter oficial, hubo que esperar hasta 1918 para que, a través de un decreto firmado por Alfonso XIII y bajo el gobierno conservador de Antonio Maura, el día fuese elevado a la categoría de fiesta nacional. No obstante, a lo largo de los años anteriores, la festividad ya había sido adoptada por diversos países latinoamericanos: Brasil, Nicaragua, Costa Rica, Colombia y Cuba en 1892; Uruguay y Honduras en 1914; Guatemala en 1913; El Salvador en 1915; y Argentina y Perú en 1917. Una vez situado dentro del ciclo conmemorativo español, el 12 de octubre sobreviviría a regímenes políticos tan distintos como la dictadura de Primo de Rivera y el sistema republicano de 1931, una supervivencia que da cuenta de la ambigüedad y multiplicidad significativa a la que se vio sometida la fecha a lo largo de su historia.
Desde el principio, la posible interpretación de la fiesta recordatoria del Descubrimiento fue objeto de múltiples significados: exaltación de la lengua castellana, incidencia en los vínculos espirituales que unían a España con las naciones americanas en tanto civilizadora y descubridora, o las connotaciones religiosas que contenía la propia conquista del continente americano, hecho que se corroboraba con la casualidad de que la efeméride coincidiese con la festividad de la Virgen del Pilar.
La fiesta, en cualquier caso, no fue patrimonio exclusivo del discurso conservador. Tal y como argumentó Marie-Aline Barrachina, la diferencia fundamental que a lo largo del primer tercio del siglo XX se dio entre las versiones liberal y conservadora sobre los lazos que relacionaban a España con las naciones de ultramar estribaba en una concepción igualitaria de estos vínculos frente a un visión jerárquica y subordinada de los mismos. Si la primera idea era propia del discurso liberal en función del patrimonio lingüístico común y de los lazos culturales que ensamblaban a América con España, la segunda lo era del discurso conservador, el cual situaba al país conquistador como la “madre patria” civilizadora frente a las naciones americanas menores y dependientes.
El éxito y la difusión de esta última versión teñirían a la efeméride con valores proclives a situarla dentro de opciones políticas autoritarias ávidas de ensueños neocoloniales muy del gusto de los dos dictadores del siglo XX español.
En función de estas connotaciones religiosas y retomando en gran medida la argumentación de Maeztu, la idea de Hispanidad esgrimida por los sectores católicos del régimen franquista incidía en el carácter misional que a España le había tocado providencialmente en suerte. Se trataba de exaltar el acontecimiento de la conquista de América, de reclamar el Imperio español desplegado por las evangelizadas tierras americanas.
El discurso nacionalcatólico suponía la aclamación del Impero Católico- Hispano capaz de realizar las más extraordinarias empresas registradas por la Historia; ese Imperio que había sido “el brazo derecho de Dios, el campeón de la santa Causa que se había lanzado por todos los caminos que llegaban hasta continentes nuevos para evangelizarlos”, tal y como escribía el carlista asturiano Jesús Evarista Casariego en 1941.
El 12 de octubre quedaba ligado, según se ha visto, con el espíritu católico y misional de España, siendo ambas cuestiones identificables dentro del pensamiento reaccionario español. Existían, sin embargo, connotaciones diferentes que se adjudicaban a la misma fiesta desde otros ámbitos ideológicos del régimen.
Para los órganos propagandísticos falangistas, la Fiesta de la Raza y el hito conquistador de América debían servir para aplaudir e insistir en la inaplazable vocación imperial de España. Para que no quedase ninguna duda de la real significación que debía tener la fiesta, desde diversas publicaciones del partido se proponían nuevos nombres para la efeméride que reflejaran el fundamental carácter imperial de la misma. Así, a través del pamplonés “Arriba España”, Ángel María Pascual escribía que la fecha podía llamarse simplemente “Día del Imperio”, y desde el diario Arriba, se hacía lo propio reivindicando la necesidad de incorporar la fecha al calendario con un nombre más justo, de mayor dimensión y más sentido: por ejemplo, un escueto y contundente “Fiesta de España”.
Un año después, el mismo diario volvía a renombrar la fiesta con veleidades imperiales para equiparar la “fiesta de la españolidad” del 12 de octubre con la que podría llamarse, por ser lo mismo, la “Fiesta de la universalidad española”.