Por Eduardo Nabal
Se celebra en el marco del “Monasterio de San Juan” el X Salón del Libro Infantil y Juvenil. Una iniciativa interesante y, en principio, hasta loable en una ciudad donde si se leyera más y mejor puede que hasta tuviéramos otro equipo municipal. Pero eso es ya especulativo.
Lo que está claro es que el imaginario, pienso yo, no difiere, al menos en el contenido y me da que tampoco en el continente, de las primeras. Libros tras vitrinas. Dos grandes autores homenajeados: Julio Verne y Emilio Salgari. Hay algo que no me satisface al entrar. Podría ser un salón del sello o del juguete antiguo. No hay contacto alguno. No son libros y niños, niños y libros, es un salón. Lo del libro infantil ya es especulativo y el juvenil más aún, ya que son categorías de dudosa existencia más allá de ficciones aceptadas. Pero fijémonos en los autores homejeados: forman parte de mi bagaje de niño lector y eso también inquieta un poco. Julio Verne y Emilio Salgari.
No son grandes ni los recuerdo con cariño. Si me ayudaron a leer pero siguen siendo varones, blancos, colonialistas, civilizadores, aventureros, fantasiosos, inspiradores de películas de serie B. Y aptos para niños de todas las épocas. Algo de inmovilismo, consciente o no, hay en la elección, como en lo de celebrar el Centenario del Cid. Siempre cantos al héroe eurocéntrico, trotamundos, codiciosos, guerrero, burgués, heterosexual y, a pesar posible, imperialista.
Hoy sabemos que todo material es válido para empezar a leer, que lo importante es empezar. Desde Astérix a Crepúsculo. Pero uno echa de menos en la selección a Mark Twain, Momo, Matilda, a autoras mujeres, a Pipi Calzaslargas a Adele de los cómics. Esos ayudan a empezar a leer, ayer y hoy. Son más dinámicos y también pertenecen a nuestro pasado cultural y literario.