Por Joaquín Sánchez
Si la amistad se define por hechos y no por palabras, la Rake, nuestra Rake, es y sigue siendo el monumento de la acción, el superlativo de la ternura y el gerundio de ayudar… ayudando.
Desde que conocí a Raquel con 13 años siempre ha estado al lado mío, todos estos años, sin excepción, rotundamente siempre; ahora, decidiendo, ha tomado las riendas de su vida y ante eso sólo cabe respeto. Respeto porque no es una decisión tuya ni tuya ni mía, mal que nos pese.
Hablar hoy de Raquel es hablar de dignidad. La dignidad de cualquiera, y aquí, la dignidad de La Raque, tal como lo creo y tal como lo siento, se basan en la libertad de elegir; esa libertad con mayúsculas que nos permite no ser sumisos a un destino único, sin variables, la libertad que nos permite poder elegir entre las distintas encrucijadas y antes de cada nuevo episodio de la vida.
Pena, que con esta libertad en la mano no siempre veamos el vaso medio lleno. Raquel era un carrusel de emociones, lo daba todo al máximo; siempre; en la alegría y en la tristeza, y necesitaba estar rodeada de gente en todo momento para ver el vaso así, medio lleno. Medio lleno. Con el cariño que desprendía, el vaso se llenaba rápidamente de vuelta, ¡Cómo no tener el vaso lleno con todos! pero el saber estar a solas con ella misma no era una de sus virtudes. Nos quería a todos pero a sí misma le costaba quererse. Querida por todos; queridísima; pero se veía pequeña, le costaba darse cuenta.
Rake nos unía a todos con su humanidad, con sus locuras (sus locuras cuerdas, que Rake era de ciencias y muy de ciencias), con su sensibilidad por los débiles… Podemos tener en mente mil anécdotas de cómo Rake abonaba nuestra conciencia moral sin pretenderlo, sin moralinas, con sus gerundios: actuando, estando, escuchando, acercándose, alegrándonos, abrazándonos, sonriéndonos
De alguna forma a todos nos hablaba de los demás amigos, con admiración, con ilusión, creando una especie de red en la que todos sin darnos cuenta acabábamos conectando unos con otros y creando vínculos viviésemos en Asturias, en Madrid, en Salamanca, en Italia, en Barcelona o en Bilbao.
Recupero unos versos de Benedetti que vienen al caso, más si cabe sabiendo del gusto de Raquel por la escritura y la lectura:
Si te quiero es porque sos
mi voz, mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Y por tu rostro sincero
Y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero
Rake, siempre Quijote y siempre al lado de los que la necesitábamos, voz, cómplice, profesora de apoyo, pañuelo de lágrimas, banco de crédito, animadora de fiestas y extremadamente sensible. Un Quijote necesitando querer y necesitando saberse querida. Sus anhelos profundos entrelazados; los mismos anhelos de muchos de nosotros: Querer y ser querida.
¿Podemos contar las veces que le hemos oído la idea de llevarse a casa a salainos de su trabajo? Esa era Rake: manantial boyante de humanidad que llega hasta nosotros, que nos completa, que nos nutre y que nos hace ser mejores.
Quién es capaz de atravesar el Atlántico para juntarse con un amigo, quién es capaz de renunciar a carreras brillantes con becas y matrículas por trabajos en los que servir a los demás, de pasar por Imagina intentando que las dificultades emocionales cuadrasen con los esfuerzos comunes por mejorar la ciudad…
Raquel tenía duende. Rake, la nota solidaria, posponiéndose a sí misma en vez de mirarse el ombligo. Rake, la salsa de la fiesta. Rake, con sus sobris siempre en la boca, siempre con cariño.
Si hoy hay algo que recordar, es que en este vacío que nos queda nos damos más cuenta que nunca de esas pequeñas pinceladas con las que Rake completaba nuestras vidas y llenaba nuestros vasos para que estuviesen medio llenos. En nuestras manos: tomar su relevo orgullosos de la parte que nos ha nutrido. Orgullosos de ser sus amigos y su familia.
Como tú decías… Rake, la Rake de España.
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