Por Juan Vallejo
Llegadas estas fechas de agosto, releo con dolor los últimos días del poeta Federico García Lorca, descritos primorosamente por Ian Gibson. El estremecimiento me sigue embargando a pesar de los ochenta años transcurridos desde su asesinato.
El escenario en el que transcurre este aniversario, no puede ser más hostil, más abyecto. Pareciera que aquellos criminales anduvieran entre nosotros con su cruel sadismo en cuerpo y alma en el Gobierno, en la Iglesia.
“Por rojo y maricón le hemos metido un tiro por el culo” . De esta manera se pavoneaban por las tabernas de Granada los sicarios de Valdés, de Queipo, de Franco.
Lo hacen ahora los obispos de Alcalá, de Toledo, de Guadalajara con sus epístolas endiabladas contra todo sexo que no les convenga para sus arterías, su pederastia, su proselitismo canalla.
Juan Luis Trescastro, el fanfarrón y machista compinche de Ramón Ruiz Alonso, que había acompañado a éste a casa de los Rosales la tarde del 16 de agosto, pregonaba la detención del poeta y los dos tiros por el culo que le había dado “por maricón” la misma mañana del crimen. “Estamos hartos de maricones en Granada”.
Manuel de Falla se acercó al Gobierno Civil con un grupo de amigos falangistas a interesarse por Federico. Ya era tarde. Le fusilaron de madrugada el 18 de agosto de 1936, cerca del manantial conocido como Fuente Grande, a la vera del tristemente famoso barranco de Víznar, bajo cuya tierra yacen cientos de víctimas de la vesania de los sublevados granadinos.
Ainada-mar, que quiere decir Fuente de las Lágrimas, así bautizaron los árabes dicho manantial al observar las burbujas efervescentes que ascendían desde su fondo. Poeta en la muerte, sin luna ese día de la que despedirse. Sí escuchó el ruido del agua antes de los disparos.
Nadie ha dejado constancia de los últimos momentos de Lorca. A su casa de la calle san Antón, donde estaba su padre, se acercó uno de los sicarios de la “Escuadra Negra” con una carta de Lorca: “Te ruego, papá, que a este señor le entregues 1000 pesetas como donativo para las fuerzas armadas”. Una vileza urdida desde el Gobierno Civil para dar a entender, que si entregaba ese dinero, salvaría la vida de su hijo. A continuación, los asesinos, al chófer de la familia Lorca, Francisco Murillo Gámez, le dijeron que acababan de fusilar al poeta. Un paquete de Lucky le enseñaron sustraído del bolsillo de Federico como prueba del crimen. Aquella carta del poeta estuvo en el bolsillo de don Federico García Rodríguez hasta su muerte. No en vano era el último autógrafo de García Lorca.
Más de doscientas personas llevaban fusiladas estos asesinos desde que empezó el golpe fascista, la Guerra Civil. En los tres años que duró la contienda, tres mil víctimas cayeron en las tapias de Granada. El 21 de abril de 1940 quedó inscrita oficialmente en el Registro la muerte del poeta: “falleció en el mes de agosto de 1936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra”.
Me viene al magín “Canción de la muerte pequeña”, publicada en el diario liberal El Sol, en un número extraordinario el día 14 de abril de 1933, segundo aniversario de la inauguración de la República:
Prado mortal de lunas/ y sangre bajo tierra./ Prado de sangre vieja./ Luz de ayer y mañana. / Cielo mortal de hierba./ Luz y noche de arena. / Me encontré con la muerte./ Prado mortal de tierra./ Una muerte pequeña./
La misma insuerte corrió Rumualdo de Domingo, “el sillero”, cuando le sacaron de su casa en Villamayor del Monte, cerca de Lerma. Le fusilaron por rojo. No sabemos dónde está. Un hombre bueno, un artesano magnífico que se llevó la insania, el fascismo que dejó las cunetas y montes de la Andaya, Estépar y la Pedraja sembradas de sencillos hombres imprescindibles al amor y la libertad. Visitar los entornos en donde se han exhumado a algunos fusilados compañeros de Rumualdo, sigue poniéndonos la carne de gallina.
Más si pensamos que los hijos y nietos de estos asesinos están entre nosotros sin condenar el Holocausto. Que siguen en el poder destruyendo la libertad con leyes y latrocinios que nos presentan ante Europa como la democracia más miserable del continente.
En tanto que este duelo no se resuelva desenterrando hasta el último cadáver, no habrá democracia en este maldito país. Lo sabe muy bien Rajoy y su pléyade de secuaces franquistas. Por esto es imprescindible la divulgación de cómo se hizo este crimen, quiénes lo pergeñaron, por qué esa saña por destruir la cultura, el conocimiento asesinando a los maestros, a los intelectuales, a los poetas. El negacionismo, el historicidio perpetrado por espurios intereses, y sobre todo, la actitud de la Iglesia. Dogmática, intransigente, delatora, inmisericorde…
En el año de la Misericordia proclamado desde la Roma de Bergoglio, se les ha enviado un documento a los obispos para que pidan perdón por su participación en estos crímenes… Lo están pensando. Dar solución a la aberración del Valle de los Caídos donde yace el Criminal junto a sus fusilados. Diluir tanta ignominia es lo que se pretende. Están entretenidos en el anatema de gays, lesbianas y colectivos transexuales, claro.
Pero la Izquierda de este país está desunida, triste, deslabazada, sin garra ni talento. Adocenada, abúlica; también corrompida. Este es el porvenir que tenemos: el franquismo instalado sine die en un gobierno podrido, corrupto, apoyado por la ciudadanía impasible, seducida por el prietas las filas, montañas nevadas, kikos y demás hechiceros opusdeistas. Pero no se preocupen ustedes, el muro de las lamentaciones, sigue incólume en el hastial sur de la Catedral de Burgos, en el Sarmental.
En tantos otros templos y catedrales, plazas y paramentos. Como si de un Noli me tangere se tratase. La inscripción, José Antonio Primo de Rivera presente, pregona al viento la proclama fascista del fundador de la Falange, no vaya a ser que se les olvide a los presentes, a la clerigalla que explota indecentemente el templo después de dejarlo abandonado a su suerte.
Pero la nomenclatura insultante, impresa y labrada con la bendición del generalato hisópico, no es otra cosa que la grafía del terror: un modo de celebrar el genocidio de unos generales que se constituyeron en una banda (no un bando) de delincuentes asesinos que llevan campando a sus anchas ochenta años. Y eso que el templo goza del título de Patrimonio mundial por Unesco, para escarnio y vergüenza de monumentos similares.
No se extrañen: hace unos meses celebró el arzobispo una misa homenaje por la memoria de uno de aquellos generales conocido como el carnicero de Badajoz, Juan Yagüe. Y es que Burgos es tierra de nomenclaturas e inscripciones eternas. Ahí tienen el monumento al general Mola. El mulo Mola, que dijera Alberti en un poema. En Alcocero de Mola, cómo no, en donde se estrelló el golpista con su avioneta, Antonio y Manuel Alonso, canteros-escultores burgaleses, (este último es el autor del san Mauricio, obispo fundador de la Catedral que posa en el parteluz del Sarmental, el original está en el claustro), labraron el texto en piedra de Hontoria que describía el accidente.
Me contaba hace muchos años, Antonio Alonso, el sudor que le infligía el poniente en aquella tarea obligatoria y penosa; la supervisión diaria del trabajo por parte de los militares. Qué paradójico es todo. Las letras de los fundadores del terror labradas por las mismas manos que forjan santos fundadores de templos, inmortales templos en los que se funde la muerte y la intolerancia, la taumaturgia y el odio.
De Federico no nos queda su voz. Ninguna grabación la contiene. Nuestro único consuelo es leer su obra, su inmensa e imperecedera obra que brota en el manantial de las lágrimas que el mundo vierte ante este crimen tan atroz.
El río Guadalquivir/ tiene las barbas granates./ Los dos Ríos de Granada,/ uno llanto y otro sangre. (Baladilla de los tres ríos) Federico García Lorca.
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García Lorca y Burgos
Por Burgos Dijital
Durante las “I jornadas de Homenaje a las víctimas del franquismo” celebradas en Burgos los días 15 y 16 de abril de 2016, el hispanista y especialista en Historia Contemporánea Ian Gibson, dio unas breves pinceladas sobre la relación que Federico García Lorca mantuvo con la ciudad de Burgos.
Lorca pasó por Burgos dos años seguidos, en su primera vez en 1917 estuvo un mes entero solo con su Catedrático de Arte en la Universidad de Granada, Martín Domínguez Berrueta. En 1918 volvió nuevamente en un viaje organizado por esta misma Universidad.
Años más tarde, en 1924, un gran amigo suyo, Melchor Fernández Almagro también visitará Burgos. Ian Gibson lee la carta que García Lorca le envió a su amigo Melchor : “…..¿te ha gustado Burgos ? qué dulce recuerdo lleno de verdad y de lágrimas me sobrecoge cuando pienso en Burgos…..””….Qué verdes chopos, qué viejo viento, ay torre de Gamonal y sepulcro de San Amaro, ya en mi niño corazón, mi corazón como nunca jamás estará de vivo lleno de dolor y gracia eterna…..”