En 2005 el encargado de negocios de la embajada de EEUU en Filipinas, Joseph Mussomeli, declaró en una entrevista a la televisión australiana SBS que Mindanao era “casi la nueva Meca del terrorismo” e iba camino de transformarse en otro Afganistán (curiosa faceta comunicadora y geo-política de un hombre de negocios).
Si hacemos memoria, en el 2001, la presidenta de Filipinas Gloria Macapagal Arroyo, permitió a las fuerzas militares de EEUU entrar nuevamente en el país, bajo el pretexto de “la guerra contra el terrorismo”. El ejército estadounidense en aquellos momentos asesoraría y daría entrenamiento a las tropas filipinas (paradójicamente la constitución de Filipinas prohibe la presencia de tropas extranjeras en el país). Todo ello para garantizar que los soldados filipinos pudieran hacer frente a la amenaza del Terrorismo Islámico de forma más efectiva (el Estado Islámico aún no estaba inventado). Los resultados de la alianza (una de las de mayor valor estratégico para la Casa Blanca en la región) han sido un porrón de dólares en inversión de gasto militar y maniobras (una ayuda de más de 100 millones de dólares), bañadas eso sí con alguna migaja de ayuda humanitaria para los residentes, y en el lado de las desventajas, por supuesto, un incremento de la violencia en el país.
Filipinas también recibió entrenamiento militar de la compañía de mercenarios Blackwater Security para ser desplegados en Irak (esta compañía de mercenarios actúa en Irak, bajo contrato o sub-contrato, de los contratistas privados (multinacionales) y oficiales. El país asiático retiró a sus tropas de Irak en 2004 por lo que recibió grandes críticas de la Administración de George Bush (algo que nos resultará familiar, si la mala memoria española no nos falla), pero la cooperación militar siempre siguió intacta, sobre todo en el sur de Filipinas, en Mindanao, porque allí un grupo fundado en 1991 en la isla filipina de Basilán por excombatientes de la guerra de Afganistán no tenía nada más que hacer que amenazar la seguridad nacional en zonas ricas de hidrocarburos (el otro grupo terrorista local de corte separatista y menor tamaño, el Frente Moro de Liberación Islámica llegaría a un acuerdo de paz en 2014).
Por tanto las maniobras dieron comienzo en 2005 en la Isla de Mindanao capitaneadas por el comandante estadounidense Robert Ball. El Comando del Pácifico EEUU anunciaría ya en Febrero de 2007 que los Marines trabajarían en obras humanitarias en la ciudad de Jolo, en la isla de Sulu, área de Mindanao, separada por sólo una franja estrecha de mar de los campos petroleros de Indonesia y Malasia, algo que no nos habían contado los medios y que curiosamente cumple con el patrón de que el terrorismo de urgente intervención surge casualmente en zonas de recursos petrolíferos y gasísticos.
Pero lo más interesante del asunto es que hacía escasos días habían tenido lugar dos ciclones al norte del país en Bicol y era allí donde se hacían urgentes esas obras humanitarias, sin embrago la zona de especial interés americano era el sur, zona de musulmanes muy cerca de Malampaya y las reservas de gas natural, cuyos campos habían sido tomados por Texaco y donde recientemente habían descubierto petróleo bajo las reservas de gas.
Inmediatamente después de adquirir las reservas de Malampaya, la propiedad de gas aumentó por un 30 por ciento. La plataforma petrolífera de Malampaya fue construida por la multinacional norteamericana Halliburton. Eso sí, la violencia terrorista se incrementó en Filipinas pese a la ayuda de EEUU que aseguraba una mejora en la defensa nacional frente al terrorismo. Y es que no hay mejor abono que el terrorismo y la violencia para que fructifique el Libre Mercado occidental, citando palabras de Naomi Klein (La doctrina del shock).
Esta es la triste historia de un archipiélago de 7.100 islas cuya única culpa fue de ser muy rica en recursos naturales, mientras su gente sin embargo muy pobre, los llamados líderes, muy débiles y muy hambrientos de dinero y su más fuerte aliado, los Estados Unidos de América.
Sin embargo ya en la actualidad y concretamente el pasado mes de Junio, un presidente nuevo prometió gobernar sin injerencias extranjeras. Dicho presidente es ese señor tan maleducado que criticó a principios de este mes la actuación de Estados Unidos en Oriente Próximo, ese que ha advertido que su país no es una colonia, y ese que ha osado llamar hijo de puta al sagrado Nobel de la Paz de Occidente, Obama. “Mataron a Sadam Husein y ¿cómo está Irak ahora?”
Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, ha argumentado que la presencia de las fuerzas “especiales” estadounidenses en el intranquilo Mindanao puede complicar las ofensivas del Ejército Filipino contra el grupo terrorista afgano Abu Sayyaf, vinculado al Estado Islámico. Duterte ya es conocido por su irrestricta oposición a cualquier injerencia extranjera en asuntos internos de su país, sobre todo si proviene de EE.UU.
El futuro del país queda, al igual que el de otros, en esa ya tan famosa ecuación del Capital: problema-medicina-solución (que nunca llega porque lo crónico es donde está el negocio).