Por Eduardo Nabal
No sé cuál de los dos me da más asco. Si Vladimir Putin o Donald Trump. El uno llamó con éxito a asesinar y silenciar a la comunidad LGTB de su país, amparado por la Iglesia ortodoxa, y el otro se ha deshecho en declaraciones racistas, clasistas y misóginas en sus infumables discursos electorales. Para colmo parece ser que Putin ha colaborado para que Trump suba al poder, en un juego sucio con pocos precedentes de esa envergadura.
Nunca ha sido Hillary Clinton una persona que despierte mis simpatías, antes incluso de su intervencionismo criminal en Oriente Medio, siguiendo fielmente los pasos de sus antecesores. Pero esta extraña convivencia entre dictadores o sumos sacerdotes (no olvidemos la cercanía de ambos al fanatismo religioso de las poderosas Iglesias de sus naciones) de la estupidez humana da que mucho pensar.
Como dio que pensar que los algunos grupos internacionalistas “de izquierdas” miraran hacia otro lado (por ejemplo, Venezuela) mientras la policía y otros grupos neonazis de Moscú disolvían a viles garrotazos las manifestaciones del Orgullo LGTB. Pero esa es otra historia, y no es nueva. El caso es que parece que los tiranos ahora, nuevamente, se abrazan como hermanos. Trump carecía del pasado de “política maleada” de su rival en las elecciones pero siempre fue un multimillonario dispuesto a todo para enriquecer a su emporio empresarial con un ideario que da cancha a las exaltaciones ultranacionalistas que se pueden suceder y reproducir en otras partes del mundo.
No es tan extraño pues, si se demuestra, que otro ultranacionalista, homófobo, machista, beato y reaccionario como Putin, con tanto músculo como poco cerebro, urdiera artimañas de todo tipo para que alguien de su catadura ética lograra la presidencia de los Estados Unidos. Es la imagen patética de dos cerdos satisfechos y peligrosos gobernando el mundo ante la extraña impotencia de los que no les han votado.
Asesinatos de periodistas, disidentes y activistas en Rusia, rebrotes racistas y linchamientos en USA, eso no causa la indignación de faltarle el respeto a la memoria de Fidel Castro recordando que la izquierda revolucionaria no estuvo siempre con los grupos subordinados. Y así nos va en un país gobernado por uno de los partidos más reaccionarios de Europa si no ocurre (esperemos que no) Francia nos tome la delantera en las próximas elecciones, con la ya tristemente célebre Marie Le Pen y su ideario xenófobo. Preocupante esta vuelta al “tiempo de los canallas” y, sobre todo, el hastío de un pueblo cansado de luchar contra intereses macroeconómicos, guerras imperialistas y pérdida de derechos básicos como la sanidad, la educación, la cultura, la libertad de expresión etc.
No sé si será cierto pero es muy posible que Putin interviniera en la repugnante elección del repugnante señor Trump que, si cumpliera, alguna de sus promesas (no hablo de los que ya las cumplen por él a pequeña escala) nos llevaría al deseo de mudarnos de planeta o a mandar a nuestros dirigentes a la luna con la vana ilusión de que en realidad, no haya pueblos, gentes, que los hayan votado e incluso estén dispuestos (como aquí) a volver a hacerlo. Ver, oír y callar. Todo es posible.
¡ Vaya dos! Asco y repugnancia me provocan. Esperemos que no surjan más líderes de tamaña calaña……y como siempre con el beneplácito de la Iglesia.