Por Eduardo Nabal y Juan Argelina
“Me quise traidor, ladrón, delator, odioso, destructor, despreciable, cobarde. A base de hachazos, de gritos, corté las ataduras que me retenían en el mundo de la moral habitual, a veces deshice metódicamente los nudos.
Monstruosamente me alejé de vosotros, de vuestro mundo, de vuestras ciudades, de vuestras instituciones. Y las gentes que aquí encuentro han llegado fácilmente, sin peligro, sin haber cortado nada. Están en la infamia como el pez en el agua y ya no puedo, para ganar la soledad, sino dar marcha atrás y engalanarme con las virtudes de vuestros libros.” (Genet)
“Será la herida misma la que le fuerce a vivir” (Nietzsche)
Hace mas de cien años del nacimiento de uno de los autores más controvertidos, mitificados y transgresores de la literatura de este siglo que pasado: Jean Genet. También uno de los peor conocidos y de los que mas influencia han ejercido en la narrativa posterior.
Ríos de tinta se han vertido sobre su vida y su obra: su condición de huérfano, ladrón y chapero, su paso por la cárcel de la que saldrá gracias a Sartre, Cocteau y otros intelectuales franceses, su paso por la España republicana, sus primeros éxitos teatrales con obras de gran simbolismo social, su compromiso político con Palestina y los Panteras Negras, su homosexualidad expresada con contundencia en sus novelas y poemas, su reivindicación de la estética del mal y la traición, su obsesión por estar al margen de las normas sociales, su paso por Tánger… A pesar de todas estas apreciaciones son muchas las zonas de la vida y la obra de Genet que siguen siendo un enigma.
La teoría queer ha arrojado algo de luz nueva sobre su concepción del mundo y su potencial subversivo, cristalizado tanto en sus obras, artículos como en su mediometraje “Un chant d´amour” ambientado en prisión y recientemente recuperado para el gran público tras años de malditismo. Este artículo pretende acercarse a la obra literaria de su autor (en particular a algunas de sus novelas) escarbando en su peculiar concepción del género y la disidencia sexual, incidiendo, además, en su implacable y sorprendente modernidad.
La masculinidad es uno de los temas centrales de la obra de Jean Genet, aunque su concepción de las tensiones en el universo masculino no ha sido siempre bien comprendida. Ni siquiera él mismo ha sabido definirla sin caer en una saludable paradoja. De hecho se considera, un tanto superficialmente, a algunos escritores gays como herederos de Genet por situar sus obras en ambientes de crimen, robos y prostitución con ciertas dosis de violencia “masculinizante” aunque su concepción estética, sus posicionamientos éticos y sus obsesiones temáticas sean distintas e incluso opuestas a estos postulados. Al situar sus novelas en un universo eminentemente masculino, donde lo femenino funciona como alteridad y elemento desestabilizador, se le ha acusado de misógino y hasta de interiorizar la homofobia social y mostrarla en sus escritos. Ninguna de estas dos acusaciones es del todo falsa pero sí enormemente simplificadoras.
Genet ha presentado tipos masculinos muy diferentes. Su concepción de la masculinidad no es en absoluto unitaria, sino que se diluye en espejos deformantes y se permite numerosas burlas y juegos irónicos con la identidad de esos personajes a través de los cuales nos presenta las relaciones homosociales. La cárcel, espacio privilegiado, si se quiere, de una masculinidad violenta, hosca y un sublimado homoerotismo no es sino un reflejo en pequeña escala de las relaciones entre hombres que se desarrollan en el mundo exterior, de la homosexualidad reprimida que está detrás de las relaciones de poder, amistad y rivalidad entre varones.
“Os hablaré de Divina a merced de mi humor, mezclando el masculino con el femenino y, si acontece, durante la narración, que tenga que nombrar a una mujer, me las arreglaré, ya encontraré un sesgo, una triquiñuela, para que no haya confusión” (Santa María de las flores)
Los tipos masculinos de las novelas de Genet oscilan desde el recluso más rudo y violento, hierático y capaz de grandes explosiones de violencia hasta la aparentemente frágil mariquita, cuyo más emblemático ejemplo sería la Divina de “Santa María de las Flores”, su primera novela (escrita en la cárcel), una de sus creaciones más bellas y un punto clave para entender el choque entre lo masculino y lo femenino en la obra del autor.
Divina (una de las primeras drag queens de la literatura francesa junto a Juana de Arco) es un personaje fronterizo, que sufre las burlas de los machos y los gays en el armario, que se ceban en su palpable diferencia y en su género ambiguo. Divina nos sitúa en un terreno de imprecisión, juega con el género y se sabe objeto tanto de burlas y ataques como de una secreta fascinación por parte de los que dicen despreciarla.
Su carácter autoparódico nos revela una gran inteligencia. Según el escritor estadounidense Edmund White, autor de una interesante y documentada biografía de Genet, Divina es “la primera “drag consciente ” de la literatura francesa moderna” y pone de relieve, con su performatividad de género, lo teatral de la ostentosa virilidad de los rudos machos a los que se aproxima y con los que juega y coquetea a un tiempo.
“Podría creerse que, retornando así espontáneamente a su verdadera naturaleza, Divina era un macho maquillado, desmelenado por gestos postizos; pero no se trata de ese fenómeno de la lengua materna a la que se recurre en las horas graves.
Para pensar con precisión, Divina jamás debía formular en voz alta, para sí misma, sus pensamientos. Sin duda en alguna ocasión ya se había dicho en voz alta “Soy una pobre chica”, pero, al haberlo sentido, ya no lo sentía, y, al decirlo, no lo pensaba ya. En presencia de “Mimosa”, por ejemplo, lograba pensar como “mujer” sobre cosas graves, pero nunca esenciales. Su feminidad no era sólo una mascarada. Pero para pensar plenamente como “mujer” le estorbaban sus órganos. Pensar es realizar un acto. Para actuar hay que deshacerse de la frivolidad y posar la idea sobre un pedestal sólido. Actúa entonces en su ayuda, la idea de solidez que asociada a la idea de virilidad, y en la gramática es donde la hallaba a su alcance.
Pues si, para definir un estado que experimentaba, Divina osaba emplear el femenino, le era imposible para definir una acción que llevaba a cabo. Y todos los juicios de que era portadora como “mujer” eran, en realidad, conclusiones poéticas. Así, sólo entonces era Divina auténtica”. (Santa María de las flores)
La masculinidad en la obra de Genet es observada de manera poco convencional y nada previsible. Parece surgir del dolor y la experiencia pero a la vez crea sufrimiento y dolor a sus personajes. La masculinidad ostentosa y a veces hasta ridícula y la homosexualidad reprimida crean un interesante contraste en sus tipos humanos pero a la vez los hace portadores de una gran inseguridad que tratan de disimular inútilmente a través de una impenetrable violencia. Muchos de ellos no reconocen su homosexualidad y la viven de forma traumática y agresiva. En universos cerrados (como la cárcel), donde la masculinidad es una cualidad muy apreciada, integrar esa identidad con una sexualidad gay resulta sumamente conflictivo.

“Una pandilla de escritores maricas en Chicago del 68”
En su interesante capítulo dedicado a Genet dentro de “Sexual Politics” la autora feminista Kate Millet hace una defensa de la concepción genetiana de lo femenino oponiéndola al machismo y el heterosexismo de otros autores como Henry Miller o Normal Mailer, donde lo femenino es visto como un peligro que debe ser domesticado por el hombre..
Para Millet lo femenino en la obra de Genet es un elemento de potencial revolucionario, precisamente porque ocupa el lugar más desvalorizado en la escala de lo social. En la pirámide jerárquica de la prisión el lugar más importante lo ocupan los criminales cuya virilidad les hace merecedores del temor del resto, les sigue los “macs” o “chulos”, después van los topistas (criminales que actúan con ganzúa) les siguen las reinas y mariquitas, expuestas al chantaje, la venta y la violencia de los machos y en el último lugar se encuentran “las julas”, cuya única función en el universo carcelario es el de ser violentadas. Sin embargo son precisamente las mariquitas las que muestran una mayor lucidez y se vengan de la violencia masculina a través de una astuta parodia de la virilidad llena de irrisión.
Las mujeres valientes y decididas de “Los biombos” (cuya consciencia de la opresión de género va unida a la consciencia de la opresión colonial) o la propia Divina de “Santa María de las Flores” así lo atestiguan. Frente a la perenne adolescencia y la inseguridad violenta de sus tipos masculinos y de los universos cerrados y viriles que nos presenta, lo femenino se nos muestra como una opción liberadora, mucho más inteligente, lúcida y transformadora.
Millet ve en la obra de Genet una subversión perversa e inteligente de los modelos masculinos al uso. Sorprende que en este excelente capítulo dedicado a Genet Millet rechace de un brochazo uno de los libros más perturbadores del escritor francés, “Pompas fúnebres”. Se trata, sin duda, una de sus obras más depuradas, herméticas y controvertidas.
Despojada del armazón narrativo de “Santa María de las Flores”, donde algunos episodios nos remiten a Dickens o a la novela iniciática criminal “Pompas fúnebres” es una obra de una asombrosa modernidad y atrevimiento. El autor se vale del cuerpo masculino para hacer un complejo juego con las identidades y las diferencias, la ambigüedad ideológica y la transgresión moral. Millet, como otros críticos menos perspicaces, le acusan de abordar con ambigua ligereza y morbo gratuito el tema del nazismo y la resistencia.
Pero una lectura atenta del libro nos revela que Genet va más allá al abordar el tema del amor como herramienta de subversión del orden y al cantar, en una elegía romántica al soldado muerto, al poder revolucionario del deseo gay más allá de las diferencias políticas y de la comedia/drama del amor convencional.
El joven Jean busca en el hermano y en el asesino y amante de la madre de su amado un lazo de unión con el recuerdo y funde todos los personajes en un perturbador juego de espejos e identidades superpuestas. Tras la crudeza de sus imágenes y la violencia contenida que satura las relaciones entre los personajes descubrimos una tierna reivindicación de la diferencia y una desesperada búsqueda del otro más allá de la muerte y las fronteras sociales. El protagonista es el propio Genet que busca a su amado muerto en la belleza de los verdugos que acabaron con su vida. De nuevo el autor juega con la paradoja y con el engaño, con el dualismo y la inversión de la moral al uso, sólo que aquí, más que nunca, la historia se disuelve en la fuerza reveladora del lenguaje poético. La máxima wildeana de que “matamos lo que amamos” está muy presente en ese juego obsesivo y recurrente que es en definitiva el espíritu su novela.
“Mi desesperación ante la muerte de Jean es un niño cruel. Es Paulo. Que nadie se asombre si, al hablar de él, el poeta llega a decir que su carne era negra, o verde, del verde de la noche. La presencia de Paulo tenía el color de un líquido peligroso. Los músculos de los brazos y las piernas eran largos y lisos. Se le suponían unas articulaciones perfectamente flexibles.
Tal flexibilidad, la longitud de los músculos y su tersura eran el signo de su perversidad. Cuando digo signo, quiero decir que entre su perversidad y estos caracteres visibles existía una relación. Sus músculos eran elegantes, finos. Su perversidad también lo era.
Tenía una cabeza muy pequeña sobre un cuello macizo. Los ojos, cuya mirada fija parecía aún peor que la de Erick, eran los de un juez implacable, los de un soldado, los de un oficial estúpido hasta lo sublime. Jamás sonreía su rostro. Tenía el pelo liso, pero se le montaban los mechones. Puede decirse que daba la impresión de que no se peinaba nunca y sólo se atusaba el pelo con las manos mojadas.
De todos los tipejos que me gusta sacar a relucir es el más perverso. Abandonado encima de mi cama será, desnudo, terso, un instrumento de tortura, unas tenazas, un cris a punto de funcionar, que funciona por su sola presencia, que era perversa y surgirá pálido y con los dientes apretados, de mi desesperación. Me permitió escribir este libro, igual que me dio fuerzas para asistir a todas las ceremonias del recuerdo.” (Pompas fúnebres)
Gran parte de la fuerza de la prosa de Genet en “Pompas fúnebres” surge de su ausencia de miedo al ridículo. En otro autor, párrafos como este hubieran causado malestar y consternación, pero Genet es muy consciente de su universo poético y se permite ser tierno hasta lo ingenuo y brutal hasta el sadismo en un mismo párrafo, en una misma frase, incluso.
Reflexiona sobre le origen de su fascinación por la belleza masculina, por el “mal” como oposición a los valores burgueses y a las instituciones que se auto-perpetúan, como el ejército de Israel sobre los territorios ocupados. Como dice Bersani es difícil encontrar un programa político gay en Genet sino es el de oponerse a las estructuras de la sociedad convencional, en particular a sus estructuras morales, dándoles otro valor y otro significado. Su prosa, exquisita y a la vez en estado bruto, es la prosa de un esteta de los márgenes. Definido por algunos autores como un “dandy de los abismos” el estilo de Genet es (como dijo algún crítico del cine de Alfred Hitchcock) el estilo de “un sofisticado bárbaro”.
En “Pompas fúnebres” se arriesga a introducir la figura de Hitler con un significado ambivalente, una referencia a la invasión, al mal, a la soledad y una especie de símbolo de lo que el amor radicalizado puede llegar a trans-figurar. La introduce entre los personajes principales como un reflejo que aparece súbitamente en esa búsqueda destructiva del otro, en una circunstancia histórica determinada re-definida por la pasión contra la norma.
“¿Qué es un marica? Un hombre, que por su naturaleza, se opone a la marcha del mundo, se niega a entrar en el sistema según el cual está organizado el mundo. El marica se niega a esto, niega eso, lo socava, quiera o no. Para él el sentimiento es sólo tontería y engaño, sólo existe el placer. Vivir de sorpresas, de cambios, aceptar los riesgos, exponerse a las afrentas, es lo contrario de la coacción social, de la comedia social”
En esta definición de Genet podemos ya atisbar algunos de los rasgos sobre los que décadas después se asentaría la concepción política de lo “queer” como opuesto al asimilacionismo y el conformismo integrador presente en un cada vez más amplio sector del movimiento gay oficialista. Lo “queer” reivindica la diferencia, la reinvención de la identidad homosexual/heterosexual en sus intersticios, y se opone a entrar en las instituciones de la sociedad heterosexista cantando sus bondades sin desenmascarar. En ella no se contempla el lado deconstructivista, su carácter de performatividad de género, pero incide en uno de sus componentes más importantes: la rebeldía frente a un orden social desde la diferencia sexual.
La homosexualidad en el universo de Genet adquiere tres dimensiones básicas. La dimensión corporal o física (el homoerotismo, la fascinación sexual por el cuerpo del hombre), la dimensión cultural (concepciones diversas de la masculinidad, variaciones sobre el género, romanticismo e individualismo como posicionamientos vitales) y la dimensión social (aislamiento, ruptura de normas y convencionalismos, transgresión de la moral al uso, exaltación de lo que está fuera de la ley).
Aunque nunca se llegó a identificar de modo directo con el movimiento gay su concepción filosófica del “ser marica” como opuesto a los convencionalismos que rigen las relaciones sociales y su visión irónica y caricaturesca de lo masculino han influido notablemente sobre numerosos escritores y teóricos gays posteriores.
Genet se alió en la lucha de otros movimientos sociales y políticos como la Liberación Negra y la Liberación del pueblo palestino. A pesar de todo, y coherente con su posición transgresora Genet afirmó en una ocasión que no se hubiera unido a ellos ” de no ser tan bellos muchachos”. Los Panteras Negras estadounidenses le aceptaron como uno más de ellos. Vieron en él a otro paria del modelo social y político. Genet logró además que algunos de ellos expresaran públicamente su apoyo a la causa de los gays radicales. El fundador de los “Black Panthers” y buen amigo de Genet Huey P. Newton, llegó a manifestar: “Rechazo el prejuicio que lleva a decir “hasta un homosexual puede ser revolucionario”. Todo lo contrario “un homosexual puede ser el más revolucionario”.
Otro de los temas cruciales del universo de Genet, y que acabaría enlazando con esta toma de postura política de más amplio alcance, es la soledad. La soledad del niño huérfano frente a los otros niños, del joven ladrón y chapero frente a la juventud burguesa, del recluso frente a las instituciones y las leyes francesas, del marica frente a la condena y la hipocresía de la sociedad heterosexual. Soledad que se deriva de la alteridad con respecto a “la norma” y del enfrentamiento radical del individuo con las costumbres de la mayoría. Sólo en esa soledad puede encontrar Genet el verdadero amor, que nunca se logra por los caminos convencionales.
Camina así hacia la destrucción del “ser humano”, entendido como “entidad totalizadora” y portadora de unos valores que se presuponen universales en detrimento de la existencia y los valores de “los otros”, los excluidos. Como su compatriota, el filósofo Michel Foucault.
¿Encontramos aquí al Genet real, o al transcrito por él mismo como contrario al orden moral establecido, estableciendo el “Mal” como norma desde una posición externa a ese orden? Por supuesto, es literatura, pero qué no lo es tras cualquier exposición autobiográfica, más aún en este caso.
El escritor no es sino su obra; y a ello está condenado. En una entrevista concedida en 1964 a Playboy, Genet aseguraba que conducía su vida .al olvido, entiéndase: a no ser recordada por ella misma sino por su transcripción. Su autoexilio responde a la búsqueda consciente de la marginalidad: al primer Genet arrastrado y anónimo sigue una construcción literaria sublimada y transgresora, desde la recreación de su propio pasado, y condiciona totalmente su identidad. No es extraño que él mismo tratara de ser elevado a los ·altares de la “santidad”, una gloria institucional coronada por la infamia. Sartre le retrató bien en lo que calificaba como un “cuento para la antología del humor negro”:
“Un niño expósito da pruebas de malos instintos desde su más tierna edad, roba a los pobres campesinos que lo han adoptado. Lo reprenden, e insiste, se evade del reformatorio en el que han tenido que internarlo, roba y saquea cada vez más, y por añadidura, se prostituye. Vive en la miseria, de la mendicidad, de los hurtos, jactándose con todos, y traicionando a todos, pero nada puede desalentarlo, es el momento que elige para dedicarse deliberadamente al mal; decide que hará lo peor en todas las circunstancias, y, como se ha dado cuenca que la mayor fechoría no era obrar mal, sino poner de manifiesto el mal, escribe en la cárcel obras abominables, que hacen la apología del crimen y caen bajo el peso de la ley.
Precisamente por eso va a salir de la abyección, de la miseria y de la cárcel. Se imprimen sus libros, se leen; un director de escena, condecorado con la legión de honor, monta en su teatro una de sus obras que incita al homicidio; el presidente de la República le condona la pena que debía cumplir por sus últimos delitos, justamente porque se jactaba en sus libros de haberlos cometido; y cuando le presentan una de sus antiguas víctimas, ella le dice: muy honrada, señor. Sírvase usted continuar.” (Sartre, “San Genet, comediante y mártir”)
La mayor transgresión de Genet consiste en mostrar fríamente ese lado oculto que nadie se atreve a nombrar, y lo hace a menudo de forma sublimada e incluso exquisita, convirtiendo la hez en puro diamante. Por ello su obra es reconocida por su calidad literaria a la vez que repelida por su sordidez. Genet se aísla y lanza un mensaje antihumanista. Su autoexilio le permite recrearse y proyectar una imagen de “outsider” consentido, plasmando el reverso de la naturaleza permisible, atacando a los individuos atrapados entre su roles y sus deseos.
Él mismo quiere llegar a la ruptura total, e insiste en el trasfondo de muerte que ‘hay en toda búsqueda del placer, que no es otra cosa que la atracción por el nial que toda libertad conlleva (al escritor le ocurre como al ·héroe. En “Diario del Ladrón” leemos: “El héroe no podrá poner mala cara a una muerte heroica; sólo es héroe por esa muerte”): el lado del bien es el de la sumisión y de la obediencia. La libertad es siempre una puerta a la rebeldía, y el Bien está ligado al carácter cerrado de la regla.
De este modo la experiencia del Mal no tiene límites; solo a través de ella se adquiere la consciencia del ser, y solo así se llega al escándalo: una consciencia- sin escándalo es una consciencia alienada. Y aquí es donde la literatura de Genet muestra su verdadero sentido: nos traslada definitivamente, nos instala en el cuarto oscuro.
Pero volvamos a la ambivalencia entre el autor y su proyección literaria. Escribir desde la contradicción de ser y parecer: la imagen reflejada en la literatura o la idea de lo que no se quiso nunca dejar de ser. Ser y crear.
Dos dimensiones opuestas: el ideal, es decir, la imagen que perseguimos, y la realidad, que generalmente se desconoce y se oculta. ¿Cómo poder aguantar? ¿Se puede ser rebelde e inmoral desde la más absoluta comodidad y seguridad? ¿Se puede aceptar a Genet desde la morbosidad del moralista? ¿Al Genet ideal, al Genet literario, al proyectado por él mismo? Es difícil no caer en la tentación de escribir un texto laudatorio sobre Genet, inspirado únicamente sobre su visión literaria.
¿Se puede comparar a Genet con Sade? Sade en el manicomio ¿dónde Genet? Ambos muestran lo demoniaco de la moral burguesa, la contradicción entre su fondo y su apariencia: la morbosidad del guardián que vigila a sus presos, a los que odia y desea a un tiempo. Fin del juego : “filosofía del tocador”, muerte de la madre, violada, torturada, asesinada por su hija; muerte del .amante, del amor mismo como idea “humanista” burguesa. Toda relación es ·muerte, sin escape.
La idea literaria nos lleva a submundos de alteridad, marginación, desorden, infinita caía, como la de Alicia, hacia el fondo del pozo, infernal. Tras la elección entre injusticia y desorden, nunca fue tan grande el terror surgido: intolerable persecución del “otro”, mensajero del caos, relegado al submundo dantesco del campo de exterminio. En este contexto, la escritura de Genet se vislumbra efectiva, provocadora y transgresora, al tiempo que demostrativa de su propia debilidad: el reconocimiento de su propia contradicción, y la búsqueda de una identidad perdida en prisiones, reformatorios y barrios bajos. Uno y otro lado del espejo.
A partir de que Cocteau y Sartre le animaran a publicar y le salvaran de las “garras de las justicia”, comenzó el “constructo-Genet”. A partir de aquí, el tema recurrente en su literatura no es otro que el juego macabro de falsas identidades (“‘Las Criadas”), o el mundo de Alicia convertido en burdel (“El Balcón”), la atracción por la muerte (“Pompas Fúnebres”); o la sofisticación del hedor (“Los Negros”). ¿Comienza el Genet escritor y termina definitivamente el Genet real? A partir de ahí se inicia el mayor ejercicio de travestismo: mantener la transgresión a través de la literatura, al mismo tiempo que una imagen, beneficiada del ocultamiento público, que le situaba en una categoría de maldito permanente.
El “maldito” del sistema, que no quiere olvidar su pasado, y no hace ascos a los premios institucionales; que ·se autoexilia entre sus íntimos, y recoge regularmente su cheque de .la editorial Gallimard. Aunque estas contradicciones no empañan sin embargo su valor. Efectivamente, no es un Sade condenado, ni un Rimbaud.
Aquí la vida parece escabullirse en un intento literario de ser y desear; se recrea en una imagen turbadora de perversión y nos arrastra, seducidos por ella, confundiendo la realidad con su reflejo. Es realmente seductor su alejamiento, su “autoexilio”, sus posturas radicales, que sí ejercían un fuerte influjo en la formulación de todo un discurso alternativo, en el que entraba ese submundo al que él siempre se refirió. Mantenerse al margen voluntariamente con billete de vuelta, no es lo mismo que estar sin remedio.
La imagen “Genet” funciona bien institucionalmente, es cierto. Se pueden hallar sus obras en cualquier biblioteca pública, hasta en centros de enseñanza; es ya un “clásico”. No es un marginado en ese sentido. Pero ¿dónde queda el primer Genet? La obra posterior le completa: sólo podremos acceder a él con una condición, que recurramos al “Mal”, es decir, a la violación de lo prohibido.