Por Eduardo Nabal
¿Qué ves cuando cierras los ojos?
Escribo esto en un momento paradójico para la comunidad (si es que podemos hablar con claridad o veracidad de tal cosa y, aún mas, por estos lares) LGTBQ en el Estado Español y en el resto del continente de Europeo es bastante compleja, por decirlo suavemente. Los avances conseguidos han ido paralelos a un retroceso material y formal en espacios de visibilidad y en a cuestiones personales y comunitarias.
La todavía llamada “crisis económica” ha puesto a mucha gente a la calle y yo no soy de los que piensan que la pobreza agudiza el ingenio, menos aún en un campo tan complejo como el de la industria cinematográfica con su complejidad económica.
Tampoco en el precario campo de los estudios de género o de las representaciones artísticas de la diversidad sexual. El cine español atraviesa un momento crítico (y no hace falta hablar de las declaraciones de nuestros grotescos gobernantes para saberlo). Poca gente va al cine hoy. Pero el cine sigue existiendo. O como decía Isabel Coixet en un artículo ¿Si está muerta por qué baila?
He llamado a este ensayo ¿Qué ves cuando cierras los ojos? Porque nunca me ha convencido, a veces sin saber por qué, el estereotipo o la categoría de las lesbianas como personajes invisibles en la cultura sino más bien como poco vistos y menos aún reconocidos. Ni en la literatura ni siquiera en el cine. Y ni siquiera en el cine español a lo largo de su azarosa y represiva historia, marcada por años de dicta-censura. Pero al poner las niñas o adolescentes raritas se abre una posibilidad tomada del concepto del camp como relación no unidireccional con la obra de arte que incluye no solo a un modelo de niña lesbiana o bollera ya desde Celia, Mafalda o Matonkiki a la punk Makoki, sino a un montón de niñas o adolescentes con trayectorias vitales o experiencias diferentes, aunque en algunos puntos hayan sido drástica o felizmente coincidentes.
Al buscar algo sobre niños y niñas queer (niñas raritas o sexualmente no heteros) me he encontrado con dos películas la archiconocida “Pan negro” de Villaronga donde si se articula un discurso mas creíble sobre la infancia mariquita y la niña de “Eva” cuya lectura como niña o pre-adolescente lesbiana es mucho más compleja. No obstante, el filme de Maillo ofrece, como otras muchas ficciones anteriores (las niñas asociales que protagonizaban las películas de Saura-Cría Cuervos- o Erice) la posibilidad de ver un nuevo sujeto, que se resiste a escapar de una categoría humanista que ha contribuido a afianzar el cine varonil y la crítica masculinista española.
Si todavía hoy no hay muchas mujeres críticas del cine en nuestro país y pocas directoras conocidas fuera del armario no quieren decir que no existan, ni siquiera que sean invisibles, sino que no ha interesado mucho verlas como tales. Existen un montón de tópicos que cambian con los tiempos sobre los diferentes modos de opresión o subordinación de las mujeres y las personas con una u otra orientación sexual.
El feminismo ha estallado y han surgido los feminismos, aunque no en todas las zonas del estado ni de igual forma. Como cuando estalló el cine clásico y surgieron los nuevos cines. Pero volviendo a las niñas bollo o a las adolescentes raritas tenemos modelos muy antiguos en la literatura española del siglo XX como algunos personajes de Gloria Fuertes, la “Julia” de Ana Maria Moix o incluso personajes que vienen de la literatura anglosajona como la niña de “Frankie y la Boda” de Carson Mc Cullers que se siente a la vez fascinada, relegada y repelida por el hecho del inminente matrimonio de su hermana mayor.
O la joven institutriz de “Mary Lavelle” que refleja las peripecias de una autora lesbiana en España aunque su personaje aparezca como heterosexual. Algo posterior la también irlandesa Edna O´Brien causó revuelo en su lugar de nacimiento por insinuar con timidez en su primera gran novela, llena de matices autobiográficos, titulada “Las chicas del campo” que entre esas amigas de la infancia- que se trasladan de la Irlanda rural a un colegio de Dublin- puede existir algo más que simple camaradería..
Porque hablar, a estas alturas, de rareza. No todas las niñas bolleras o lesbianas han tenido infancias infelices o adolescencias complicadas. Hay tenemos la naturalidad de la “Tomboy” (que desmonta el discurso de la victimización) o incluso personajes difíciles de definir porque aunque sabemos que los niños y niñas (ya desde el psicoanálisis) tienen sexualidad esta es canalizada a través de la inclusión o la exclusión en modelos patriarcales o heterosexistas que pueden, depende donde y cuando haber perdido fuerza, pero siguen existiendo. Aparecen las “Girlhood” del cine independiente USA y algunos personajes pioneros en cines periféricos.
Así la niña de “Eva” de Kike Maillo no es una niña monstruosa como las “Criaturas celestiales” de Peter Jackson (e inspirada en la novela “Lo que Harriet sabía”) que viven un amor al margen de la sociedad y cometen el acto simbólico de asesinar a la madre puritana o escapar de la mirada del psiquiatra homófobo a favor de un mundo onírico y reservado a ellas dos.
Estas están mas cerca de la “Carrie” de Kimberly Pierce que a medida que su cuerpo empieza a desarollarse o sexualizarse en el medio social sufre acoso escolar por parte de compañeros pero, sobre todo, compañeras. Hay otras ficciones recientes mucho más prestigiosas y aplaudidas tanto por la crítica internacional como por el público LGTB como La vida de Adele o Ginger y Rosa está ultima injustamente infravalorada y realizada por Sally Potter la directora de la trans “Orlando”, salida de la pluma de una escritora que ya habló de infancias raritas y niñas poco convencionales.
La niña de “Eva” es un robot pero su relación con el medio familiar o incluso con el científico-padre sustituto o novio potencial que la ha creado es muy extraña, porque los adultos saben que ella no es una niña como las demás. En plan más cómico tenemos algunos cortometrajes de Marta Balletbó Coll como “Intrepidísima” donde una niña (¿tal vez reflejo de la propia Marta?) se resiste a ir de compras con su madre o a que le vistan de “cursi mamarracho”. Pero identificar a las niñas hiperinteligentes o hipersensitivas como las niñas soñadoras de Erice o las niña solitaria y precoz de “Eva” o incluso como las niñas terribles o de mirada lúcida e inquisitiva de Ana Torrent “Cria cuervos” de Saura es una visión incompleta. Excluye muchas otras infancias lesbianas.
Un ejemplo bastante claro lo tenemos en la película “La niña santa” de la directora Argentina Lucrecia Martel. Un título irónico porque está hablando de varias niñas, en particular de una, que se saben objeto de deseo de los integrantes de un consejo médico celebrado en el internado religioso donde viven pero que también tienen una estrecha relación de amistad con matices de amor o sexualidad entre ellas. Normalmente a las lesbianas en el cine, español o no, se les hacía pagar un alto precio por resistir a un orden masculinista o heteronormativo. Eso le ocurre a la niña de “Eva” por estar creada como un ser libre, independiente e incluso con un leve antisocial cuando se enoja.
El Frankestein algo outsider que la ha fabricado se ve obligado a desactivarla. Pero el público ya ha visto que si ella no es una niña como las demás el científico tampoco es un científico al uso como su hermana. Por eso existe un final alternativo, desechado en el montaje final, en el que “Eva” contesta a la pregunta poética y asesina de ¿Qué ves cuando cierras los ojos? Con el algo ñoño pero más desafiante solo te veo a ti, humanizando al robot.
Las directoras de cine no siempre han sido las primeras ni las últimas en tratar el tema del lesbianismo por miedo a verse estigmatizadas o encasilladas en un tipo de cine que se pensaba podía ser estrecho, a pesar de que su complejidad es la misma que la protagonizada por niños machitos, adolescentes conquistadores, princesas o mujeres heterosexuales. Pero tenemos el cine español más reconocido fuera que dentro el ejemplo de la directora abiertamente lesbiana Marta Balletbó Coll que no solo desdramatiza en sus cortos la infancia de una niña poco dada a los usos femeninos tradicionalistas sino que también hacen las primeras comedias o comedias dramáticas protagonizadas por lesbianas y en todos sus filmes incluso por ella misma.
La autobiografía de la niña lesbiana coincide con la del niño mariquita en temas como el exilio como vemos en las adolescentes enamoradas de “Fucking Amal”, las jóvenes inseguras de la comedia romántica “La memoria de los peces”, o incluso en las dos jóvenes criminales y fugitivas de “El niño pez” de la joven Lucía Puenzo.
Según su propia novela. Por tanto la conclusión es que la división homo/hetero como mujer/hombre colpasa o ha colapsado no solo la creación de ficciones sobre adolescentes o niñas proto-lesbianas sino que también ha invisibilizado a las que existen y exitían.
Hoy día adolescentes lesbianas pueden tener un comportamiento idéntico en el plano de la promiscuidad o la falta de complejos a la hora de mantener relaciones puramente sexuales que el adolescente de “En malas compañías” de Antonio Hens pero hay poca gente dispuesta a filmarlas porque existe toda una generación de realizadores, varoniles críticos y mujeres que empezaban a hacer cine que se resitían a representar su existencia. Con una visión “no minorizadora” mucha gente ha visto a “Thelma y Louise” como una pareja de lesbianas entre las que hay amor pero no sexo. En “Eloise” del mítico maldito catalán Jesús Garay (“Manderley”, “La bañera”) encontramos dos adolescentes en un conservador entorno escolar y grupal que se desean más de lo que se quieren.
Algo que no sorprende en el cine gay masculino. Lo mismo ocurre con “Una habitación en Roma” que podría verse como porno masculino tradicional si no fuera por la presencia de la actriz lesbiana Elena Anaya que da otra dimensión a un filme, por otra parte, menos conseguido que “Eloise” pero dotado de un final feliz poco común en el escaso cine lésbico. Una separación no dolorosa. Por ejemplo el cine vasco ha rodado antes una historia de amor entre dos mujeres de edad avanzada que entre dos mujeres de edad precoz. Pero incluso el machista Bajo Ulloa no puede impedir que muchos viéramos en la infancia desorientada de la protagonista de su única buena película “Alas de mariposa” como una niña diferente y no solo por sus fantasías o el mundo onírico en el que parece enclaustrada.
No obstante, Marta Balletbó Coll, que acaba de dejar el cine y la literatura a favor de las clases de química viendo el panorama de recortes y las dificultades para financiar sus relatos concluye su famosa “Sevigné” con frases como “si una relación no es abierta es que no se ha aprendido nada de la vida”.
Lo mismo se puede decir con el cine si no somos capaces de ver niñas lesbianas o adolescentes bolleras no es porque no existan sino porque las categorías establecidas las sitúan siempre en condiciones de exterioridad que pueden incluso hacer ver películas como “Ocho mujeres” de Ozon llena de lesbianismo en todas las edades como un musical kitch e intracescente o convertir a la adolescente de “Eva” en un error informático o a las niñas unidas y sexualizadas de “La niña santa” como simples figuras de drama social.
El tópico o el patrón heredado de la sexualidad femenina como más romántica y menos ha llevado, incluso, a que muchas lesbianas se sintieran más cerca del personaje del transgénero Hillary Swank en “Boys dont cry” (fijándose en la fantasía de Cloe Sevigny) o las protagonistas de Inocencia interrumpida- particularmente el personaje antisocial de Angelina Jolie- “que en todas aquellas niñas poco corrientes pero poco o nada sexuales que han poblado el cine español. La autoinhibición así como los esquemas culturales masculinistas han invisibilizado a las niñas bollo.
Así podemos conectar a la pequeña de “Eva” de Kike Maillo y Sergi Belbel como más cercana a las ciborgs precoces de la narrativa de Winterson (de “Fruta prohibida” a “La niña del faro”) , siempre llena de matices autobiográficos que a niñas como la Jo de Louise Alcott que Isabel Franc convirtió en lo que ya era, una niña masculina o poco dócil en una niña proto-lesbiana. ¿Si pero que directora filma aquí y ahora, sin medios y sin un público preparado, una adaptación de “Julia” de Moix o de “Las razones de Jo” con toda su carga lésbica? El terreno del cortometraje ha dado algunos ejemplos pioneros con trabajos de Belen Macías pero en general las niñas raritas han sido definidas antes como niñas terribles o monstruosas en el cine español (de Ibáñez Serrador a “La huérfana”) que como niñas proto-lesbianas. El miedo a sexualizarlas no es más que un reflejo de lo que ocurre en la sociedad y las aulas aquí y ahora, la retirada de los modelos variados con los que identificarse. De esa Alemania de la que viene el expolio – todo en continua paradoja- también nos ha “Romeos” con un extraño colegio donde vuelve una niña trans sin operar que ha mantenido una relación anterior con una adolescente lesbiana.
El cine, en momentos de crisis y restructuraciones poco cabales, igual que el tema de las lesbianas en el cine, siempre se ha movido más en el terreno de la paradoja que en el de la metáfora. La habilidad de la Alicia de Carroll o, incluso la cursi jovencita inventada de Tim Burton (asesinando el potencial subversivo del original) , de responder a los chicos, de cambiar de tamaño o de matar a la reina de corazones no solo son las fantasías de un clérigo pedófilo victoriano sino también la imagen de una niña que sin renunciar a un aspecto femenino al uso ha descubierto la que la sexualidad, el amor, el odio, la sujección y los sueños, incluso lo que vemos reflejado en un espejo, siempre pueden tener más de una interpretación.