Por Oscar Domingo
“La propiedad del Estado no es la de ‘todo el pueblo’ más que en la medida en que desaparecen los privilegios y las distinciones sociales y en que, en consecuencia, el Estado pierde su razón de ser. Dicho de otra manera: la propiedad del Estado se hace socialista a medida que deja de ser propiedad del Estado” (Leon Totsky, La revolución traicionada). Con esta frase de uno de los autores principales de la primera revolución socialista de la historia podemos centrar la experiencia rusa como lo que pudo ser, una ruptura con lo antiguo donde se superaran las clases sociales y las desigualdades, y lo que acabó siendo; un tipo de sistema diferente en lo sustancial al capitalismo pero con brutales deformaciones en su interior y elementos contrarrevolucionarios y dañinos: los gulag, el stajanovismo, la represión a las libertades y la pluralidad, el fomento de la familia y las opresiones patriarcales…
La experiencia rusa, de la que 2017 en celebraremos el Centenario, nos permite extraer importantes lecciones para la situación de hoy: la relación entre la lucha de masas y sus herramientas políticas y sindicales, el papel de la clase trabajadora como sujeto de cambio, la situación de la mujer antes , durante y después de los procesos transformadores, la relación con el aparato del estado y las instituciones en general, la defensa firme de una estrategia política valiente, clara y sin atajos…
Para quienes hoy día nos seguimos considerando a nosotros/as mismos/as como revolucionarios, esto es, que consideramos vigente la necesidad de una ruptura radical con el (des)orden establecido y la construcción de una alternativa global diferente, se nos plantean muchos interrogantes a los que tenemos que responder. Debemos actualizar la forma-partido, trazar un diseño de militancia que nade en algún espacio entre montar un partido de “inscrit@s”, donde el compromiso es 0 o cercano a 0, y el partido de antaño donde la militancia ocupaba toda la vida y parecía restringida a un puñado de “héroes” o “heroínas” (fundamentalmente lo primero porque las segundas se encargaban del hogar y la familia además).
Un nuevo tipo de partido, decíamos, que sepa engarzar bien con los movimientos sociales, donde difundir ideas, lanzar línea estratégica desde dentro sin copar, desde la lealtad y la pluralidad. Un partido que recoja lo mejor de las ideas libertarias, de las luchas de liberación nacional, antirracistas y ecologistas y se adapte a esa riqueza ideológica.
Un partido con sus raíces hundidas y alimentándose del movimiento feminista, que cuestione el sistema patriarcal y diseñe políticas específicas a tal fin, sin supeditarlas ni esconderlas. Para construir un partido de este tipo la experiencia de las y los bolcheviques en el primer tercio del siglo XX encierra lecciones esenciales, y a su vez, la degeneración contrarrevolucionaria del stalinismo ayuda a explicar buena parte de la historia del siglo XX, el ascenso del nazismo, la II Guerra Mundial, la derrota de la revolución española, el reparto de Europa, guerras civiles, matanzas, campos de concentración y exterminio (gulags) y un largo etcétera.
No podemos caer en la vanagloria barata de la experiencia rusa: la experiencia de la Rusia soviética no está fabricada para ponérnosla cual receta mágica infalible, sino como elemento inspirador y clarificador que nos eche una mano en lo posible a entender el mundo de antes, y por ende, parte del que tenemos hoy a nuestro alrededor. Sin aquello no podemos entender esto, de dónde venimos o qué alternativas lanzarnos a construir.
A lo largo de 2017 tendremos oportunidad de examinar mas tranquila y extensamente qué ocurrió en Rusia en el periodo que abarca de Febrero a Octubre de 1917: sirva éste breve artículo a modo de humilde preámbulo.