“Por mucho que se haya admitido en estos últimos años que no hay naturaleza, que todo es cultura, sigue habiendo en el seno de esta cultura un núcleo de naturaleza que resiste al examen, una relación excluida de lo social en el análisis y que reviste un carácter de ineluctabilidad en la cultura como en la naturaleza: es la relación heterosexual. Yo la llamaría la relación obligatoria social entre el ‘hombre’ y la ‘mujer’”
Monique Wittig, El pensamiento heterosexual, 1992
Por José García
La gran proliferación durante los últimos tiempos de grupos que se autodenominan de ‘hombres por la igualdad’ u ‘hombres antipatriarcales’, me ha traído a la memoria un simposio organizado ya hace algunos años en los salones de la Diputación de Cádiz, a instancias de la entonces delegada de Igualdad, del Partido Socialista, sobre la ‘nueva masculinidad’. El título parecía atractivo y el simposio acariciaba en su forma de enunciación la promesa de un cuestionamiento radical de esa posición binaria que atraviesa todo el sistema sexo/género/deseo y que reduce, merced a la argucia intelectual que Monique Wittig denuncia en su célebre ensayo El pensamiento heterosexual, a toda la humanidad a las categorías básicas de ‘hombres’ y ‘mujeres’, convirtiendo a la heterosexualidad en el axioma básico de la organización de todas las sociedades en su devenir transcultural y trans-histórico. Pero lo que encontré no podía estar más lejos de esa mi aspiración.
Para empezar, la masculinidad, la nueva masculinidad, quedaba expuesta por un cartel de ponentes que eran todos hombres heterosexuales. La organizadora de tal encuentro no pareció caer en la cuenta de que la masculinidad pudiera ser también una realidad concerniente y una construcción propia de los gays o los maricas. Y, mucho menos, una construcción también de las mujeres, de las mujeres lesbianas, o bolleras butch como brillantemente expone en su oa bra Masculinidad femenina (en inglés, Female Masculinity) Judith Halberstam (2008).
Por el contrario, en sus exposiciones, los ponentes evaluaban los cambios de actitud que debían adoptar frente a sus parejas (mujeres), la organización familiar (heteroparental) de lo doméstico, el esclavizante rol de ‘ganapanes’ de la familia (heterosexual) que la sociedad les asignaba. Así como la opresión falócrata que padecían y hacían padecer. Pero nunca aparecía el cuestionamiento del contrato heterosexual como planteamiento matriz sobre el que se había levantado esa ‘vieja masculinidad’, de la que pretendían renegar, a lo largo de la Historia. Vamos a cuestionar el patriarcado desde una subjetividad que no deja de nombrarse masculina pero sin el mayor atisbo de rubor ante la heterosexualidad obligatoria que se aloja en el más sólido y arcaico de sus fundamentos. En definitiva, un fiasco. Un futuro vendido de antemano.
Además, y sin ánimo de ofender, me pregunto si este movimiento de hombres antipatriarcales no podría configurarse de la misma manera que el feminismo se ha configurado para muchas lesbianas durante décadas: como el armario perfecto. El movimiento feminista, aunque afortunadamente cada vez menos, ha estado siempre auspiciado por infinidad de lesbianas que trataban y se preocupaban por cualquier forma de opresión y dominación que padecieran las mujeres excepto de la heterosexualidad obligatoria, de la heterosexualidad como régimen político, que diría Wittig. No veían la necesidad de afirmar la especificidad histórica del sujeto lesbiano. Lesbiana, lesbianismo, no aparecía en sus discursos y en sus sistemas de representación. Era más cómodo (entendiendo la comodidad en términos socialmente relativos) presentarse como ‘feministas a secas’. Con este panorama, cada vez me resulta menos difícil entender qué quería decir la pensadora francesa con la escandalosa frase final de su ensayo más celebrado: “Las lesbianas no somos mujeres”.
¿Podría ser, en este sentido, “hombres antipatriacales” un vestido tan cómodo como “mujeres feministas”? A bote pronto, parece menos comprometedor que maricón, bi, guarrón, pervertido, o cualquier otra de las formas en que se ha querido connotar históricamente la disidencia a la matriz heterosexual como esquema de inteligibilidad del sexo y el género.
Sin duda, es muy recomendable que los hombres ¿heterosexuales? se cuestionen los fundamentos del patriarcado, que es lo mismo que decir la fuente de sus privilegios sociales y económicos. Pero ello no se puede hacer desde la consideración de una sociedad que, de manera utópica, se organizaría en términos de igualdad entre “hombres antipatriarcales” y “mujeres feministas”, porque en esta consideración el pensamiento heterosexual quedaría intacto, y la utopía derivaría rauda y veloz en distopía, en dictadura de un pensamiento binario empeñado en establecer falsas simetrías que seguirían dependiendo del restablecimiento de un otro/diferente, que es la posición indetectable que adquiere siempre el dominado.
Mientras el régimen político de la heterosexualidad no sea desmantelado, el padre seguirá engendrando sus propios monstruos.