La izquierda reformista en EEUU ante el juego Clinton-Trump

Por Tomas Martínez Peñadescarga-22

Pronto sabremos los resultados electorales en EEUU, cuyos principales contendientes a presidente son Hillary Clinton por el Partido Demócrata y Donald Trump por el Partido Republicano. Un hecho siempre de calado que tendrá repercusiones en el conjunto de la política mundial, en las relaciones inter-imperialistas y en la correlación de fuerzas entre clases a escala internacional.

Considerando el contexto general en el que esta cita se realiza, es posible afirmar que la relevancia de esta fecha será mayor que con la que Barack Obama asumió por primera vez su escaño presidencial, que ya fue notable a causa del crack de Lehman Brothers en 2008 y la bancarrota en el país que inauguró la crisis capitalista.

Las clases dominantes de EEUU mantienen indudablemente el predominio político económico y militar pero esta supremacía no es tan sólida como antes del estallido de la crisis, que no ha dejado de extender sus efectos en todo el globo, favoreciendo acelerando la lucha y el caos geopolítico entre las diversas potencias imperialistas y regionales, y permitiendo emerger el choque subterráneo entre liberal-cambistas y proteccionistas en todas las latitudes, aspectos no irrelevantes en la carrera a la Casa Blanca.

El desafío Clinton-Trump se juga sobre una divisoria extremadamente sutil y las banalizaciones de los medios no ayudan a la comprensión de la realidad. Si bien ambos candidatos pertenecen al “duopolio del capital” al defender sin fisuras el orden capitalista norteamericano, hay diferencias en términos de bloques sociales a los que interpelan, que son relevantes a nivel de la naturaleza de clase de estas candidaturas.

Clinton es la expresión de los grandes intereses capitalistas de las corporaciones y de la reafirmación de los intereses imperialistas de EEUU en el mundo, ergo de un agresivo librecambismo que se expresa en los tratados de libre comercio. El magnate neoyorkino, por su parte, es la expresión de una base social compuesta por trabajadores blancos empobrecidos, desempleados, asustados en busca de identidad, de la pequeña y media burguesía desclasada, en particular de la América conservadora rural, y de los sectores industriales que empujan por una política proteccionista.

Es evidente que en el interior de estas dos grandes áreas existen diferenciaciones y a la vez contradicciones. El punto está en que cada una expresa y dirige políticamente los intereses de fracciones distintas de la burguesía estadounidense y como tal son inservibles como vehículos de una política favorable a las clases trabajadoras. A pesar del silencio de los medios, Hillary Clinton y Donad Trump no son los únicos que juegan en esta competición.

Jill Stein es la candidata por el Partido Verde, la novedad de izquierda socialdemócrata de estas presidenciales por cuanto ha sabido recoger parte del entusiasmo militante por Sanders, y a la que se le atribuye un 3% en las encuestas nacionales. Stein, médico de 66 años de Chicago, se ha forjado en una historia de activismo ecologista, por los derechos de los nativos americanos, por la sanidad como derecho público universal y por los derechos de las y los trabajador@s, fue elegida candidata en la Asamblea nacional del partido en agosto en Houston.

Reconociendo los cuadros del Partido Verde la incapacidad de Bernie Sanders de disputar el programa político a los demócratas, cuya dirección apostaba desde el principio por Clinton, Stein ha cambiado el estatuto de la organización apuntando en una dirección explícitamente antineoliberal. Su candidatura es la suma y coincidencia de circunstancias favorables, en ausencia de las cuales habría pasado sin pena ni gloria (caso de Ralph Nader en 2000).

Reducidas la credibilidad de los candidatos principales en el periodo de crisis, que ha puesto parcialmente en discusión los tradicionales pilares ideológicos del capitalismo de EEUU, y la movilidad social en amplias franjas juveniles por las deudas universitarias y empleos precarios, recrudecida la opresión racial estructural, crecidos el paro y la marginalidad desde 2008 en áreas industrializadas del país y el nacimiento en el Partido Demócrata de una disidencia de izquierdas encarnada en el senador de Vermont, los ingredientes estaban sobre la mesa.

El caudal de Sanders era apetitoso para el espacio a la izquierda de los demócratas. El senador “socialista” consiguió catalizar una descontento gestado hace años y sin expresión política: su campaña por la nominación a las presidenciales ha estado apoyada por quienes tienen fuera de la atención de los demócratas. En este sentido el movimiento “Occupy Wall Street” había dado una primera expresión a esta exigencia en sectores eminentemente juveniles y urbanos de la sociedad estadunidense.

Palabras inéditas para la dirección demócrata como sanidad universal y gratuita, condonación de las deudas estudiantiles, salario mínimo, progresividad de los impuestos, aumento de las pensiones se han convertido en patrimonio de minorías que hicieron irrupción den la convención del Partido Demócrata en julio en Filadelfia, y desgraciadamente acompañadas con el mismo entusiasmo por organizaciones anticapitalistas que se prestaron a hacer campaña con y por Sanders.

Un centenar de delegados, sobre todo jóvenes y negros, abandonaron la convención rompiendo con el Partido Demócrata al grito de “Feel de Bern”, uniéndose a las asambleas que celebraba al mismo tiempo Socialist Convergence, una plataforma preparada para ello, y luego a la campaña de los Verdes. Este grupo de seguidores apenas tuvo tiempo de frustrarse cuando el senador de Vermont dijo apoyar a Clinton.

Indudablemente este hecho señala una novedad en la historia política de la izquierda de EEUU, por primera vez la alternativa política creíble a los demócratas no se busca en el interior del partido sino en una organización independiente a éste, aunque no radicalmente opuesta más allá del programa socialdemócrata consecuente. Tras esta ruptura, los Verdes se embolsaron un millón de dólares en una semana, con una red de activismo militante de base robada a Sanders.

Hay que decir que esto solo ha sido posible gracias al entusiasmo generado por su campaña, sobre todo entre los jóvenes, que se ha aprovechado a nivel de masas del ángulo visual de un bloque social con intereses radicalmente contrapuestos al del bloque dominante, y a su vez Jill Stein. La enorme desilusión ha sido ciertamente palpable por la decisión de Sanders de apoyar electoralmente a Clinton contra Trump, poco antes de anunciar la fundación de una nueva plataforma, sin romper con los demócratas, Our Revolution, para dar continuidad al proceso iniciado.

No es posible olvidar la incidencia del movimiento Black Lives Matter, fruto del racismo estructural de la sociedad estadounidense, pero también de la contradicción entre una percepción post-racial del discurso político liberal y la realidad de una represión cada vez más radical. Este movimiento, nacido en 2013, expresa numerosas acciones de lucha y protesta contra la violenta cotidianidad que las y los afroamerican@s sufren, ganando atención política como el primer movimiento de masas desde los tiempos de la lucha por los derechos civiles.

Por el momento, si se excluyen posiciones individuales adoptadas por exponentes del movimiento, no hay ningún reconocimiento oficial para éste o aquel candidato no es previsible ningún apoyo oficial. Si bien la campaña de los Verdes de Stein es la más cercana al movimiento respecto a los temas, al enfoque y a la radicalidad antirracista, el Black Lives Matter es extremadamente celoso de su autonomía y su funcionamiento.

Sus modos de articulación se concretan en la construcción de un enraizamiento en las comunidades y en la expansión constante de ser conscientes de la opresión racial unida a la necesidad de transformar las estructuras del estado y de la economía para resolver también la cuestión racial. Por eso este movimiento no es “separatista” pero está abierto a colaborar con quien comparta estos objetivos, incluid@s blanc@s, revelando una lectura crítica de la opresión afroameriacan@.

Por su parte, la hasta ahora marginal y minoritaria izquierda anticapitalista parece haber encontrado desde el estallido de la crisis capitalista una capacidad diferente de relacionarse entre las diferentes organizaciones. Ha habido un proceso de abandono de autoreferencialidad y sectarismo para converger en las luchas y a nivel organizativo, manteniendo sus propias estructuras y orientación política.

Han sido bastante importantes las asambleas de Socialist Convergence, encuentros y discusiones en los que casi todas las organizaciones de la izquierda anticapitalista, de delegados demócratas disidentes y de exponentes de Black Lives Matter, han debatido cómo profundizar la construcción del movimiento proveniente del Partido Demócrata, pero desgraciadamente plegándose a la campaña de Bernie Sanders sin dar una batalla programática en sus asambleas con la militancia demócrata más a la izquierda.

Queda ver cómo estas iniciativas sabrán encontrarse y dar las batallas necesarias para romper todo vínculo con los demócratas, continuar colaborando tras las elecciones y avanzar hacia un programa nítidamente anticapitalista y de clase. Es muy poco creíble que el rumbo vaya a ser éste con el crecimiento y voluntad de atrapar toda salida a la izquierda de Sanders del Partido Verde de Jill Stein, que comparte programa con estos sectores.

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