Por Eduardo Nabal
Los grandes nombres despedidos de la cadena Ser o de otros puntos del chiringuito de Juan Luís Cebrián no deben ocultar que tras ellos hay muchos otros nombres menos conocidos que han perdido sus puestos de trabajo como periodistas y o informadores/as por no seguir la derechización de un ala del PSOE y sus peores voceros. No es que esperáramos nada excepcional de unos medios con tan pocos fines, nada sorprendente, fuera del programa de Iker Jiménez. Pero lo de la caza y captura de periodistas de su propio medio supera lo paranormal. O sea que ese gesto de dejarnos solos ante los gansters se reproduce en las calles y el miedo impide la solidaridad a muchos/as.
Primero vimos a Maruja Torres con sus maletas y su sonrisa amarga, preparando su libro en forma de venganza pírrica. Luego Ignacio Escolar, Fernando Berlín y tantos otros que al menos tenían medios donde refugiarse. La información está de luto para mucha más gente de la que pensamos. Viva la contrainformación, mientras dure. La derechización de la democracia española da más miedo que el hecho de que los de siempre voten al partido de siempre aunque sus escándalos de corrupción y manipulación nos conviertan en el hazmerreir del mundo entero. Como en los tiempos oscuros de la caza de brujas en “Hollywood” y el grupo Prisa se iba convirtiendo cada vez más en algo parecido a un estudio de cine con magnates, extras y figurantes dónde los cabecillas llaman a declarar a los intelectuales o “rojillos” para saber hasta dónde pueden ser peligrosas sus ideas, subversivos sus artículos, incómodas sus investigaciones, si llegan a plantearse hacerlas.
Muchos callan por miedo a perder sus puestos en radios, periódicos y televisiones aunque vean como esos medios para los que trabajan ya han dejado de informar para ser un lacayo cada vez menos incómodo al servicio del poder político y financiero. Un futuro poco halagüeño del que se deduce que no aprendemos de los horrores del pasado. Ya no hay citaciones siniestras, no necesitan siempre de técnicas franquistas, pero si despidos con excusas inverosímiles en un país empobrecido.
Miedo a perder lo que se tiene en un estado desigual y caciquil. Sin citar a Bertold Bretch, nos gusten o no los periodistas y las periodistas expulsados de la cadena Ser o de El País, son el símbolo de estos malos tiempos para la libertad de expresión en el que la pluralidad informativa, si alguna vez llegó a existir del todo, se ha perdido en un horizonte cada vez más y más lejano. Pronto las noticias llegarán atadas y bien atadas, dictadas desde los despachos de los mafiosos y al que no le guste el panorama tiene dos opciones “callarse” o abandonar el chiringuito de McCarthy.