Por Eduardo Nabal
“Este invierno voraz se ha llevado a muchos ídolos de mi juventud” escribía un viejo conocido en la web. Se refería a gente como Leonard Cohen, David Bowie, o con anterioridad Prince… Todos músicos, muchos ya leyendas. Escribir en estos tiempos de miseria y fronteras sobre la muerte de uno de los hombres más ricos del Reino Unido no parece cosa seria pero no entiendo porque si la heterosexualidad tiene sus mitos y lleva siglos construyendo estatuas a reyes, reinas, estrellas y guerreros no podemos sentir la muerte temprana de una voz y, sobre todo, de una figura icónica en lo que se ha llamado “camp” la relación del público con sus estrellas a través de la proyección fantasmática algo fetichista.
En el llamado Reino Unido (más reino que unido) las leyes contra la homosexualidad (que llevaron a prisión a Wilde, Alan Turing y un montón de ingleses sin grandes apellidos) se derogaron en el año 1965, durante el gobierno de Tatcher se prohibió la llamada “propaganda homosexual” en las escuelas (aunque la propaganda homofófoba y machista campaban a sus anchas atravesando las clases sociales), y se censuraron aquellos libros que hablaban de lo que hoy los curas llaman sin ton ni son “ideología de género”.
En los contradictorios años ochenta determinadas figuras gustaron gustar a ambos sexos: es el caso de gente como Madona, Michael Jackson, el citado Prince, Annie Lennox, Sidnead O´Connor o el ex cantante de los “Wham” George Michael. La necesidad imperiosa de convertir sus videos musicales en cantos al romance heterosexual a pesar del “armario de cristal” del autor de “I want to sex” su semiclandestinidad acabó súbitamente cuando la policía inglesa en una de sus redadas por los urinarios públicos (no se sorprendan que en Burgos también han utilizado ese método tan curioso de “ley mordaza”) dio caza al cantante.
Michael supo resirse de la embarazosa situación, más en el país de Lady Dy y la Reina Isabel, sacando un espectacular video (“Outsider”) donde a la vez que ridiculizaba a la policía y reivindicaba el derecho al sexo en público y esa libertad que los moralistas llaman “libertinaje” exponía como determinados espacios son objeto de control y vigilancia, o como diría Foucault crean sujetos a partir de prácticas institucionales y culturas de higiene o “moralidad” pública. Mecanismos de poder distribución de lo urbano donde determinados espacios se sexualizan, glaumorizan, fetichizan y otros se neutralizan, se vetan, se sacralizan o se custodian.
Michael supo poner en evidencia el absurdo al que se podía llegar en este dispositivo del que él -como otra mucha gente anónima- había sido víctima, haciendo una felación a un policía secreta, creo recordar. La carrera de Michael, contra lo que han dicho muchos, no decayó en absoluto y eso debería servir de ejemplo a algunos cantantes españoles que se meten en pleitos y demandas que ofenden a un colectivo más que reparan a nadie. Temas como la evocadora “Older”- entre otras- son posteriores a todo aquello y si algo lo desgastó fue la edad y el consumo desmedido de drogas. Ahí tenemos a Ricky Martin cosechando éxitos desde la monogamia, la simpleza y el pareo.
Michael artista de “Superpop”, ídolo de quinceañeras, eligió la promiscuidad y cierto inconformismo, al menos al principio. Los juicios, o “lo que opinen los demás”, está de más. Con su voz sensual y aterciopelada, sin ser una gran talento ni, en absoluto, una arrolladora gran fuerza musical, pero con su estilo inconfundible, sus incondicionales y su capacidad de seducción dentro y fuera del escenario Michael, militante por accidente, también ha entrado por derecho propio en la historia del pop y, en cierto sentido, todavía, en la contracultura de masas.