Por Eduardo Nabal
Joven realizador conocido por sus cortos “Cerrojos”, “El hoyo” y”Retrato de mujer con navaja” (protagonizado por Vicky Peña) , premiados en varios festivales internacionales . Un director y guionista de cine andaluz exiliado en Uruguay que prepara su primer largometraje.
“A lo largo de mi pequeña trayectoria siempre he tratado de abordar el tema de la identidad, la individual, y en parte supongo que también la colectiva”
Hola Carlos, parece obligado preguntarte no sólo por tu trayectoria en el mundo audiovisual sino por ese trayecto biográfico y geográfico de aquí a Uruguay, que supongo, ha sido, para bien o para mal, todo un cambio.
Carlos Ceacero: Supongo que sí, aunque eso es algo que en parte me viene de fábrica. Yo nací en Úbeda, de donde es gran parte de mi familia, pero pasé casi toda la infancia en Huelma, un pueblo mucho más pequeño de la provincia de Jaén. En Úbeda terminé la escuela, hice el instituto, empecé a interesarme por esto del cine, pero a los diecisiete años me fui a estudiar a Madrid, el lugar en el que más tiempo he pasado. Recuerdo que cuando volvía al pueblo siempre me recordaban que yo era de los que se había ido, creo que no siempre es fácil para el que se va. Luego pasé varios años en París. Me viene a la cabeza aquella frase, creo que era de Jorge Semprún, de que se sentía el más madrileño de los parisinos y el más parisino de los madrileños. Entiendo lo que significa eso. Ahora llevo un tiempo en Montevideo. Los avatares de la vida y una serie de casualidades, o de sincronicidades, me llevaron allí. No sé, a estas alturas empiezo a tener una extraña sensación difícil de explicar, la de sentirme un poco extranjero en todos sitios. Interesante tema ese de las raíces y el lugar de pertenencia.
-Yo te descubrí con tu perturbador cortometraje “Cerrojos”, todavía es dificil ver cortos o largos españoles que traten la identidad sexual desde una óptica original y nada previsible. Admiré mucho la estética de “Cerrojos” como ocurre con el refinamiento audiovisual y la falsa inocencia de la mirada del niño protagonista de “El hoyo” ¿Son la infancia y la adolescencia y sus crisis un tema que te atraiga?
Carlos Ceacero: Recuerdo que una vez, hace unos años, me hicieron la misma pregunta. Fue en francés, tratando de obtener una beca frente a un jurado de académicos franceses. Salió el nombre de Louis Malle, autor de películas que han abordado magistralmente el tema como “Au revoir, les enfants” o “Le souflfle au coeur”, y como yo no quería meterme en ningún charco, estético o idiomático, y tenía delante al mismísimo Roman Polanski, respondí que sí. A secas. El sentido de la pregunta iba orientado a si pensaba especializarme en relatos que abordaran ese tema o ese periodo. Por supuesto que no. Pero en aquel momento no fui capaz de matizarlo. Creo que a lo largo de mi pequeña trayectoria siempre he tratado de abordar el tema de la identidad, la individual, y en parte supongo que también la colectiva. En este sentido la infancia y la adolescencia, con sus crisis como tú comentas, son periodos claves, esenciales, en la construcción de lo que somos. Aunque no solo, claro, y más ahora que he estrenado paternidad.
-Tus cortos tienen mucha fantasía pero sobre todo mucho humor negro ¿Eres irónico o lo son tus obras o personajes? ¿Crees que hay que saber reírse de uno mismo”
C.C. Llevo toda la vida tratando de aprender a reírme de mí mismo. Lleva su tiempo, no creas. Yo de natural tiendo al tremendismo, a la fatalidad, pero siempre he tratado de incorporar algo de ironía o de sentido del humor a mis trabajos. Admiro la capacidad de autores como Buñuel, Chabrol o el mismo Polanski para eso. Es cierto que quizá no vivimos en el mejor momento para la ironía, pero no por eso hay que consentir que triunfe el desánimo y la oscuridad. Me parece que si perdemos nuestra capacidad para reírnos de nosotros mismos estamos perdidos. Personalmente me encantaría ser capaz de escribir comedias, me parece algo muy difícil, pero un gran vehículo para abordar ciertos temas que de otro modo serían muy difíciles de soportar.
-Si bien “Cerrojos” y “El hoyo” el otro corto tuyo que conozco “Retrato de mujer con navaja” me pareció algo lastrado por la presencia de la inmensa Vicky Peña que lo sitúa en un terreno barroco algo frío, con una cierta tendencia al esteticismo. Sin dejar de valorar sus méritos era más operístico.
“Retrato de mujer blanca con navaja” era una obra ambiciosa. Aprendí mucho haciéndola. Fue una película que me permitió viajar bastante, gracias a ella conocí por ejemplo Corea del Sur, un lugar en el que me encantaría trabajar algún día… Era fría, sí, hablaba de la soledad del creador, y quizá, como dices, un tanto operística. Viéndola en perspectiva me parece que era algo, también industrial, y mira que la película iba a contracorriente, por lo que tenía que pasar. Quizá le faltó precisamente un poco de ironía, que la había y se intentó, no creas. Pero conocer y trabajar con una persona y una creadora del talento de Vicky Peña ha sido una de las cosas más maravillosas que me han pasado en la vida.
-No cabe duda de que dominas la luz y los espacios, también a actores y actrices, profesionales o no. Por eso después de ver “Cerrojos” uno se preguntaba ¿Para cuándo el primer largo de Ceacero? Ahora parece que la cosa está más dificil. De hecho Torregrosa, otro gran realizador de cortos, debutó con una película alimenticia. Queramos o no y a pesar de los avances en este sentido el público en general nos tomamos más en serio los largos que los cortos. ¿Ves pereza, tradición o adoración de lo grande sin valorar la fuerza de lo aparentemente pequeño?
– No me importaría debutar con una película alimenticia, ¿existen esas películas?, mi familia lo agradecería. Bromas aparte, es verdad que las cosas están complicadas, todo está cambiando, pero soy de los que piensa que por mucho que cambien las ventanas de exhibición y el mercado del cine, al final las cosas acaban saliendo. Quiero ser optimista en esto. Cuesta trabajo, siempre costó, pero creo que se seguirán necesitando buenas historias, historias que nos permitan conocernos mejor a nosotros mismos, porque de eso iba todo esto, ¿no?, y en gran medida de nosotros depende que seamos capaces de encontrar los medios y las estructuras para contarlas.
Sobre el tema de los cortos y los largos, es un poco lo mismo, aunque puede que hayan cambiado algunas cosas, supongo que sigue teniendo que ver con las propias leyes del mercado. Desde un punto de vista narrativo, estético, ético, no creo que exista diferencia alguna salvando los formatos. Pero sí la hay, o la había, desde un punto de vista profesional y de rentabilidad. Yo estuve diez años haciendo cortos y bueno, era un campo de aprendizaje y experimentación fabuloso y necesario, algo por lo que había que pasar, pero se suponía que hacer largos era la manera de empezar a ganarse la vida con ello. Y ahí seguimos. Pero claro, para mi el cine era, y sigue siendo, una sala oscura en la que uno se metía y compartía un par de horas de su vida con un grupo de desconocidos frente a una pantalla.
Quizá con las nuevas tecnologías y las nuevas ventanas de exhibición exista la manera de hacer rentable el vivir de los cortometrajes o de formatos más pequeños, no lo sé, podría haber un futuro ahí.
– “Cerrojos” partía de una premisa bastante atrevida en un cine español, todavía más temeroso que el resto del cine europeo a tratar cuestiones como la diversidad sexual, la mentira o la muerte. ¿Qué tipo de reacción tuviste del público y la crítica?
C.C. Las reacciones fueron sorprendentes. A pequeña escala, “Cerrojos” fue un trabajo muy controvertido. Para ser una obra hecha en la época de la escuela de cine tuvo una distribución bastante amplia, sobre todo en festivales de temática LGTB, pero también se editó en un dvd con cortos de terror y suspense, llegó a ser materia de estudio en alguna facultad de psicología, todo un tanto ambivalente, todavía recuerdo algunas llamadas de estudiantes, perplejos, que no entendían nada. Había algo de provocación en la propuesta y las respuestas fueron de todo tipo, siempre bastante encontradas. Me llamaron desde homosexual reprimido a homófobo. Fue una experiencia interesante.
– “El hoyo” vuelve a contar otra historia que podría formar parte del universo de Villaronga. Igual no te identificas con él pero a mí esa mezcla de naturalidad, ironía y morbo si te relacionan con el maestro mallorquín. También el coqueteo con lo bizarro y lo fantástico de calidad. ¿Cómo lo ves tú, en ese sentido?
C.C. Me parece que Agustí Villaronga es uno de los creadores más interesantes y fascinantes que ha dado el cine español. Quizá su influencia sea un poco más evidente en un corto como “Cerrojos”. Recuerdo que para “El hoyo”, más allá de lo autobiográfico, estaban más presentes autores como Saura o Erice, pero no te puedo negar que descubrir a un cineasta de la coherencia estética y ética de Villaronga en la época de la escuela de cine supuso una auténtica revelación para mi.
-Hens se va a rodar a Cuba, Coixet a EEUU y tú a Uruguay. Desde luego este gobierno, en materia de cine, esta consiguiendo una verdadera “fuga de cerebros”.
C.C. Lo han llamado y lo siguen llamando “movilidad exterior” y lamentablemente no solo afecta a los cineastas. Pero bueno, quizá lo más trágico sea el desprestigio, merecido o no, que tiene el cine español entre el público. Hay mucho trabajo por hacer en ese sentido.
-El final de “El hoyo” nos deja con ganas de más. Es un final abierto, supongo que esto es deliberado. ¿Ves el futuro de tu carrera en Latinoamérica o en ambos sitios? ¿O es otro final abierto?
C.C. Por el momento estamos tratando de poner en marcha un largometraje en Uruguay, “Una flor carnívora”, en coproducción con España, entre otros proyectos por aquí y por allá. ¿Sobre el futuro? ¿Quién sabe? Aunque quizá no estén de moda, siempre me interesaron los finales abiertos.
Es mi professor de español