Por Eduardo Nabal
Normalmente uno/a está deseando jubilarse, de lo que sea. Aunque hay gente con vocación en lo que trabaja porque forma parte de su vida y ahí las cosas se complican un poco. Estoy pensando en una veterana profesora de la Universidad de Burgos cuya brillantez será olvidada tan rápido como se olvida o señala en esta ciudad a todos los que se salen de la mediocridad, como quien desactiva una bomba.
Lo sé porque tengo a mi alrededor a muchos antiguos profesores y profesoras cuya creatividad y singularidad, su salirse de la atonalidad, de la mediocridad, de esa grisura heredada del franquismo, cuya inquietud en estar a juego con los tiempos, les ha llevado a sufrir el pecado capital que nos tocó a los españoles en la lotería. Más en este Burgos caciquil y cainita. Y así, aquí, la historia no avanza. El exilio o el ostracismo son el destino común de gente brillante o mediocres sin distinción, incluso estos últimos suelen ser más hábiles para hacerse con algún puesto en el mundo de la “nueva política”.
En fin, sea como fuere, como “La hija de Ryan”, una de las pocas mentes brillantes y versátiles de la UBU se jubila y puede que hasta aquellos que han intentado silenciarla una y otra vez le hagan un homenaje. Esta ciudad es así. Al fin y al cabo están enterrando en vida a alguien, y a toda su trayectoria. Al más puro estilo medieval como esos muros tan bonitos donde el saber se ha quedado petrificado, donde los alumnos de humanidades buscan humanidad en otro sitio, y donde la democracia pasó de largo por determinadas instituciones que no dejan de ser derivaciones más o menos ilustradas de los antiguos monasterios.
Al fin y al cabo dentro se puede jugar a la química o las finanzas. Nadie de fuera se va a quemar los dedos por jugar al monopoly. El heroico arcaísmo de la UBU lo sufren todos pero lo que algunos llamaran equidad otros lo llamamos mediocracia, porque no puede haber equidad sin reconocer la diversidad, sin que las mentes avancen más allá de las cercas, se destruya el amiguismo y los cuerpos se alejen de los viejos escuadrones de las dictaduras del pensamiento único.
Como en una viñeta de El Roto Un español con cabeza de balón, en el mejor de los casos. El resto está en Atapuerca, haciendo ejercicios espirituales que se atreven a llamar cultura hipermedia. El lugar que nombró doctor honoris causa a Rouco Varela se puede disfrazar de todos los colores que quiera pero, lo sentimos, no da el pego. Los que se jubilan pasan al olvido, independientemente de su talento o trabajo, los que se colocan son grises como los hombrecillos de Kafka y los otros, como los exiliados de Joyce, tratan de olvidar.