Por Juan Vallejo
Se me antoja una irrealidad este desfile de birretes por causa del honor. Como el acaecido estos días en la Universidad de Burgos. Como si una apoplejía, una levitación, un marasmo se apoderara del ámbito en donde desfilan los doctorados y doctorandos. Una pasarela de bonetes a cual más, más chirriante, como flanes trémulos sobre las doctas cabezas que licúan su fingida humildad entre la vanitas y la celebración.
Mitrados, cátedros, banqueros, locutores, escritores (sobre todo estos); políticos de toda grey, entre otros especímenes humanos; también cantantes, pintores, cocineros, cineastas se encasquetan el gorro que les hace presuntos adalides del honor. Urden el homenaje entre las bambalinas de los medios, de las editoriales, de los micrófonos, de los pasillos políticos por donde circula el dinero, la mordida, la corrupción, el servilismo, el agasajo. El Cuarto poder.
Confieso que me producen risa estas ceremonias cum laude del cinismo, de la vanidad.
Y los que corifean el evento, con ese rictus entre envidioso y complaciente, simulando la ridiculez del teatro del que forman parte. Algunos de estos laureados con decenas de gorras apolilladas en sus vitrinas, trincan del dinero público, lo fugan a paraísos fiscales o utilizan el solideo como pasaporte para lo ultrasensorial. Algunos acaban en la cárcel, otros en el olvido; la mayor parte fagotizados por este honor universitario para el que a la Universidad no duelen prendas; tampoco a la ciudad donde discurre este circo cuyos dirigentes adquieren parabienes de todo a cien y se enrolan pavoneando su sinecura.
Y los que corifean el evento, con ese rictus entre envidioso y complaciente, simulando la ridiculez del teatro del que forman parte. Algunos de estos laureados con decenas de gorras apolilladas en sus vitrinas, trincan del dinero público, lo fugan a paraísos fiscales o utilizan el solideo como pasaporte para lo ultrasensorial. Algunos acaban en la cárcel, otros en el olvido; la mayor parte fagotizados por este honor universitario para el que a la Universidad no duelen prendas; tampoco a la ciudad donde discurre este circo cuyos dirigentes adquieren parabienes de todo a cien y se enrolan pavoneando su sinecura.
También la Iglesia se presta a este flamígero pavoneo con su púrpura y sortijas. Este fenómeno fractal del casquete, se me presenta como una equidistancia entre una flanera y un tronco de pirámide, una profunda asimetría entre las instituciones y el pueblo por donde discurre el menosprecio a la sociedad. La degradación moral a la que ha abocado el gobierno del PP al país, queda azuzada, más si cabe, con estos actos por los que la hipocresía muestra el reverso de su crueldad.
El núcleo político de este país, ha empobrecido social, cultural y económicamente a la mayor parte de la población. El desafío intelectual ha tornado en una fraternidad benedictina; ha sufrido la inteligencia y la universidad, lejos de ser un espacio para que la diversidad discurra, por los horizontes de la cultura, por ejemplo: se ha convertido en el guardián del centeno, por citar a Salinger.
El binomio entre sociedad y universidad se diluyó con el destierro del humanismo, las humanidades si lo prefieren, lo que hace que el aparato que hace funcionar a estos actos se nos antoje perverso de por si. Lleno de vaciedad, insulso; digno de lumbre.
Me viene a la mente la utilización y parafernalia que sobre el escritor Umberto Eco, vertió la UBU. Todavía me pregunto, nos preguntamos muchos, cómo es posible que la mente humana se hunda en este tipo de trampas por donde el señuelo de la vanidad circula indefectiblemente. Los bufones que rodeaban a Eco, a Zanetti, pongo por caso, son los mismos que desuellan la belleza si al caso viene.
Abocados al naufragio del intelecto, nos queda el arte como alternativa. Con él de la mano, regresamos al mito para situarnos en esta irrealidad que mencionaba al principio
de estos actos, como si de un “ordenamiento del camino” que dijera Heinz Reinwald, cupiera. Dudo mucho que el arte tome asiento en estos espacios. Traducir el mito, pues, es el reto. Tal vez logremos averiguar cómo hemos llegado a este grado de indignidad, de idiotizamiento.
Abocados al naufragio del intelecto, nos queda el arte como alternativa. Con él de la mano, regresamos al mito para situarnos en esta irrealidad que mencionaba al principio
de estos actos, como si de un “ordenamiento del camino” que dijera Heinz Reinwald, cupiera. Dudo mucho que el arte tome asiento en estos espacios. Traducir el mito, pues, es el reto. Tal vez logremos averiguar cómo hemos llegado a este grado de indignidad, de idiotizamiento.
Porque estos florecidos personajes, que caminan como si no estuvieran supeditados a la ley de la gravedad en cuanto les tocan con dicho artefacto, mueven con ellos las vanidades que no lograron, sus ambiciones políticas, empresariales, etc. También las nuestras. Es en este estado elusivo cuando ha consumado la Universidad su deletérea y cruel ejecución: les conduce al marasmo, a la linde en donde el honor dibuja el olvido, el pasmo.
Desde ahora serán visitantes por donde quiera que vayan, víctimas propiciatorias del loor, de un bestial martirio: Una expresión del poder que sobredimensiona al poder mismo. Moldes, más flaneras serán apeadas de sus alacenas para incubar otros airones que darán resplandor a estos mismos galardonados, tal es el poder mimético del floripondio. Como si un chaval rellenara de arena húmeda su cubo en la playa y fuera liberando la inversión. Así es esto. El agua diluirá el monumento de un trago y la vanidad se desvanecerá como la vida. Y ni el viento que pasó por ella quedará.
Al final de la comedia, millares de birretinas flotarán por los enfermos castaños del Parral en busca de más morteras propicias para esta diversión, preludiando acaso encuentros en otra fase, en otra dimensión más comprensible para el común de los humanos. La fiesta continúa, el muermario lo pide.
Se queja el peruano Nobel, encorchetado recientemente en Burgos, de que su encuadernada novia le abandona en estos agasajos, que no le acompaña a estos loores. Como dando a entender, que de otro modo, las miradas no le escudriñarían tanto. Este tipo de pasarelas no le van a la Preysler. Su porcelana aquí, no rutila; más bien chirría. Necesitaría un kit reparador de urgencias para la descomposición que libera este tipo de sombrericidios.
Se queja el peruano Nobel, encorchetado recientemente en Burgos, de que su encuadernada novia le abandona en estos agasajos, que no le acompaña a estos loores. Como dando a entender, que de otro modo, las miradas no le escudriñarían tanto. Este tipo de pasarelas no le van a la Preysler. Su porcelana aquí, no rutila; más bien chirría. Necesitaría un kit reparador de urgencias para la descomposición que libera este tipo de sombrericidios.
Se les llena la boca en estos territorios de la birretinación, donde la esperanza en el ser humano compite con el malabarismo del cinismo, de palabras clónicas que de inmediato se instalan en diccionarios de humo.
Esta pieza de museo que es España, como dijera don Jacinto, sitúa a estos doctorados en una permanente acción moral que exige conservación. Sí, eso: otro museo de urnas cuyo interior mostrase la evolución del birrete. Tal vez el tiempo le libere de la borla y le ensarte un penacho de pavo real en celo para excitar más todavía al personal. Esto por no hablar del imprescindible sentido del ridículo que les apunta como visitantes visitados in eternum.
No se aguantan como sujetos con el cuarto poder entre manos, más bien como objetos desde que la flanera les cae encima; desde que el galardón les vinculó a la realeza nefasta, caprichosa. Símbolos que solo se simbolizan a sí mismos. En eso se convierten.
Esta pieza de museo que es España, como dijera don Jacinto, sitúa a estos doctorados en una permanente acción moral que exige conservación. Sí, eso: otro museo de urnas cuyo interior mostrase la evolución del birrete. Tal vez el tiempo le libere de la borla y le ensarte un penacho de pavo real en celo para excitar más todavía al personal. Esto por no hablar del imprescindible sentido del ridículo que les apunta como visitantes visitados in eternum.
No se aguantan como sujetos con el cuarto poder entre manos, más bien como objetos desde que la flanera les cae encima; desde que el galardón les vinculó a la realeza nefasta, caprichosa. Símbolos que solo se simbolizan a sí mismos. En eso se convierten.
Otra cosa bien distinta son los premios Princesa de Asturias para los que la organización no contempla sombrero alguno, sí un suculento dinero. Estos galardones que se celebran cada año en la calle General Yagüe de Oviedo, ponen en escena a la sangre real, azul, plebeya y circular.
Nos muestran a los estafermos del Jefe del Estado y nos leen la cartilla para decirnos lo cojonudos que somos. Es decir: un ejercicio de cinismo consuetudinario con la ralea de que dimanan. Nos dice el Jefe que “un pueblo que ama la cultura, nunca temerá su futuro”.
Pánico habemus, hermanos.
Espero expresarme con finura. Juan te has olvidado del servicio de “actividades culturales” (las comillas son mias) también conocido como “la caja de los enchufes”, la montaña rusa del arribismo o el salón de la “ignorancia subvencionada”. Saludos.
Iglesia y Estado siempre de la mano, ahora más, si cabe. Gracias Vallejo por aportar algo de lucidez y sabiduría entre tanta ignorancia ,cada vez más palpable en este país .