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Por Juan Vallejo
El presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, ha enviado una carta al presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, José Luis Concepción, en la que le reprocha las afirmaciones que hizo el pasado jueves 14 de mayo, en las que cuestionaba el real decreto-ley de estado de alarma “La paralización de un país para fines distintos que salvar a la gente de la enfermedad.“
Uno se queda perplejo, más bien avergonzado, cuando oye esta barbaridad proveniente de alguien al que se le supone cierta dignidad y sensatez ante la sociedad a la cual se debe. Por eso le paga muy bien y espera que, en justicia, obre lo más justo y conveniente para el mejor funcionamiento de las leyes fraguadas en el Congreso, a las cuales, este es el caso, desprecia y deja en entredicho lo consensuado por los diputados; es decir: un varapalo a la democracia por parte de un miembro del otro poder, el judicial, al que se le supone respeto al derecho de gobernar del poder elegido por el pueblo.
“Como sabes, a lo largo del presente mandato del CGPJ, la Comisión Permanente se ha pronunciado en varias ocasiones con ocasión de declaraciones de miembros del Poder Ejecutivo en relación con actuaciones de los tribunales, apelando a la moderación, prudencia y mesura y a la responsabilidad institucional para evitar la utilización política de la Justicia o el cuestionamiento de la independencia, la imparcialidad y la profesionalidad de los jueces.” Escribe el presidente Carlos Lesmes al presidente Concepción. Uno no sale del asombro al ver cómo este juez de Castilla y León, todavía no ha rectificado, o en el mejor de los casos, abandonado su puesto.
El escrito recoge extractos idénticos a los difundidos contra el vicepresidente segundo del Gobierno Pablo Iglesias, pero la fórmula elegida para transmitirlos, es distinta. En los casos anteriores, los reproches del CGPJ llegaron en forma de manifiesto aprobado por la mayoría de la comisión permanente, el principal órgano de decisión del Consejo. Esta vez, en cambio, el presidente ha optado por escribir una carta personal a Concepción y hacerla pública, aunque asegura recoger el criterio mayoritario permanente. ¿No le da vergüenza señor Concepción? Con lo que hay pendiente en sus juzgados y usted se dedica, entre otras cosas, a acusar al Gobierno de paralizar el país. ¿Porqué no expone cuáles son esas normas, preceptos, leyes o lo que sea que paralizan al país y lo denuncia en sus juzgados? O da ideas para salir de esta.
Es verdaderamente repugnante, que cuando a diario millares de seres humanos sufren, mueren y se angustian ante este escenario de pandemia, haya personajes como usted que se dediquen a instigar, ensuciar y zaherir la acción del Gobierno para evitar que aumente esta desgracia. ¿Qué intereses bastardos le mueven a hacer estas declaraciones? Si no son políticos, se le parecen mucho. O acaso quiere formar parte de los jueces voceros-estrella y protagonistas, de los que estamos bien servidos, que utilizan sus sayos para figurar y tener un protagonismo que nunca debe de asociarse a los que distribuyen justicia.
“Sus manifestaciones han de ser objeto del mismo llamamiento a la moderación, prudencia y mesura y, especialmente, a la responsabilidad institucional“. Y subraya: “dada tu condición de máximo representante de Poder Judicial en esa Comunidad“. Desde el más absoluto respeto al derecho de libertad de expresión, dice Lesmes, pero le indica que “esta libertad está sometida a unos límites específicos y más estrictos para los miembros del Poder Judicial que para el resto de la población“. Y le recuerda esto tan básico y fundamental: “La Ley Orgánica del Poder Judicial, impone a jueces y magistrados la prohibición de dirigir a los poderes, autoridades y funcionarios públicos felicitaciones o censuras por sus actos, habiendo establecido la doctrina del Tribunal Supremo que la libertad de expresión de los miembros de la Carrera Judicial debe ejercerse con una prudencia y moderación que permita preservar su imparcialidad y autoridad como jueces“.
Flaco favor hace el señor Concepción a la Justicia española. Con la que cae, actores como este son el peor fario para la desgracia que nos cae. No teníamos suficiente con la oposición indigna y canalla que, cada día, vierte sobre la cotidianidad la herencia criminal del franquismo, o los borjamari del barrio de Salamanca con sus odios y rencores, abanderados y alentados por especies humanas como Ayuso, Aznar, Casado y las emisoras subvencionadas por la Comunidad de Madrid, que ahora nos viene este letrado a azuzar el teatro de la infamia en que se ha convertido este pueblo traicionado, que dijera Paul Preston en su última obra, “Un pueblo traicionado”.

Un desgarro en el lienzo “El abrazo”, de mi querido y admirado Juan Genovés, acaba de producir este irresponsable judicial, un zambombazo más con un palo de golf a una señal de tráfico, del Borja-Mari de turno en la calle Nuñez de Balboa, una inoportuna declaración cuyas consecuencias son impredecibles; una metedura de pata gravísima que debería hacer reflexionar al señor Concepción e irse a su casa.
No es la primera vez que ha sido advertido por sus declaraciones en contra de las decisiones del Gobierno de Pedro Sánchez. Hace unos meses, criticó el traslado de los restos del dictador Franco desde el Valle de los Caídos . “Reverdece el odio que ya habíamos olvidado“, dijo entonces en una entrevista al Norte de Castilla. Como si no lo estuviera haciendo usted ahora.
No le he visto por las exhumaciones de la Pedraja, de Estépar, etc. Vería entonces cómo ni el menor atisbo de ese odio se daba por allí entre los familiares de los miles de asesinados por el franquismo, la falange y otros criminales. Lea los versos del poeta Marcos Ana, encarcelado durante 23 años, en el cual, a lo largo de más de cuarenta años de amistad, oí una palabra de rencor.
Debería usted saber que el estado de alarma no es un proyecto político, es una necesidad. Sus premisas, las suyas, sí se parecen a un proyecto político: una espuria y servil inspiración a una política que muchos añoran y a tantos nos llena de dolor y preocupación, sobre todo a los que pasamos de la edad provecta de los setenta años.
Cuando escribo esto, 17 de mayo de 2020, el ministro de Sanidad cuenta que las muertes por la Cobid 19 son 86, la menor cifra desde que se contaron las muertes por esta enfermedad virulenta e impredecible. De hacer caso a criterios como el suyo, ni usted ni yo viviríamos para contarla, que dijera García Márquez. Apañados estamos si esta conjetura que pregona la aplica en conciencia a las leyes que maneja, fragua o distribuye; espero que no. No me corresponde juzgarle, sí como individuo, aunque ese binomio oficio-persona tiene una sutil barrera por donde la vanidad asoma su despotismo; eso que subvierte y causa trastornamiento en seres mediocres en donde toma asiento la ley marcial y el estupidiario nacional.
No hace falta revestirse de puñetas y toga para imbuirse en ditirambos de esta naturaleza de los que estamos ahítos; la altilocuencia no es buena consejera en la fontanería de la Justicia, suele causar una rebotación difícil de manejar. Esa obcecación por destruir al Gobierno desde la estolidez, no es otra cosa que la debilidad de argumentos para nutrir la democracia.
Harta desolación nos procuraron los que, haciéndose eco de baldonadas de esta naturaleza, nos tuvieron confinados más de cuarenta años, con seres como Billy El Niño, por ejemplo, torturando y desfigurando a personas cuyo único delito era el de ser demócratas. Eran los guardianes del centeno de los ricos, como los títeres de Nuñez de Balboa que licúan el crimen desde la bandera que exhiben cuyo envés de sangre y dinero es su vivo retrato. Dígale esas frases tan vergonzosas a Diego Riesco ( 56 días en la UCI del Hospital Puerta de Hierro ), tal vez sonría y calle, que es lo que debería de hacer usted desde su sitial, al que ha puesto en entredicho.
Da a entender que es un capricho geológico esta razón por la que el Gobierno, asesorado por científicos, toma decisiones para atajar la peste, cuando en realidad lo que hace es proteger nuestras vidas, la suya, la de su familia, la de mis nietos. Es la sensatez y el sentido común lo que debe primar en esta desdicha que nos inflige la vida. La única razón que exhiben los títeres de la odisea como Ayuso, Casado, Aznar y otras especies tipo Vox, es la económica, esa que los tribunales definieron como un grupo criminal, el PP, constituido para delinquir. Menos mal que hay legisladores que conciertan lo justo y no se dedican a preconcebir la miseria.
He comentado con colegas suyos este despropósito. Algunos lo han hecho en los medios, otros en círculos abonados a la maldad como Intereconomía, Es radio, la Cope, ABC y el Mundo, por citar a algunos de los enemigos de la libertad. Foros que hacen un daño incalculable a este país en duelo permanente, utilizando perversiones y satrapías como las suyas.
Albert Camus decía que la peste evidencia lo peor y lo mejor del ser humano. En efecto: emergen las miserias, las impotencias y animadversiones. Dejan al aire nuestra peor condición insolidaria; también la maldad e impudicia.
MI pecado es terrible; / quise llenar de estrellas/ el corazón del hombre./ Por eso aquí entre rejas,/ en diecinueve inviernos/ perdí mis primaveras./Preso desde mi infancia/ ya muerte mi condena,/ mis ojos van secando/ su luz contra las piedras./ Mas no hay sombra de arcángel/ vengador en mis venas:/ ¡ España! Es solo el grito/ de mi dolor que sueña. Marcos Ana.