Por Juan argelina
Frankie nació de un sueño romántico al alba del día de las máquinas. Sus atornillados órganos tomaron la vida de la energía celeste, y su cerebro resucitó la psique de los muertos. Un nuevo Prometeo había robado el fuego divino para borrar los límites sagrados entre el ser humano y la naturaleza, y abrir así un tiempo en el que la libertad sería definida como la posibilidad del autocontrol del propio cuerpo, como la identificación del yo con la piel que lo habita, como el sentimiento de propiedad tanto individual como colectiva de unos cuerpos que se protegen contra la censura institucional.
Frankie se rebela y muere, pero el envite ya estaba sobre la mesa (de operaciones). Y el cuerpo se convirtió en un campo de batalla, quedando del lado de aquellos que proyectaban en él su marginación de clase, de genero, de etnia; que sólo contaban con él para enfrentarse al discurso del poder y su lenguaje, que pretendía silenciarlo. La liberación del cuerpo representó una promesa de revolución y una apertura de conciencia hacia la disolución de todas las categorías de ese primitivo lenguaje. El ritmo de los cambios la ha hecho imparable, en un combate en el que ya se han sobrepasado muchas fronteras.
Las mutaciones de la mirada a lo largo del siglo XX nos ofrecen pruebas sobre hasta que punto los conocimientos médicos y genéticos, la tensión entre el deseo y el control social, los cambios en la percepción de lo “anormal”, la violencia y el placer subjetivo ofrecido por los medios de comunicación, han producido una verdadera metamorfosis en nuestra idea sobre quienes y cómo somos: ¿quién no es consciente ahora de que interrogar al cuerpo es una forma de plantear una cuestión de identidad? “Mi cuerpo ya no es mi cuerpo”, decía Primo Levi en su obra Si esto es un hombre, enunciando la tremenda ruptura entre cuerpo y conciencia al enfrentarse a la inhumanidad del nazismo.
Es precisamente la percepción de la conciencia de si mismo, lo que hace importante el autodominio del cuerpo y la necesidad de verlo como una extensión de esa misma conciencia. En un tiempo en que se imponen los cuerpos virtuales, se profundiza en la exploración visual de la vida, se intercambian sangre y órganos, se programa la reproducción, se borran los límites entre lo mecánico y lo orgánico, y se replica la individualidad mediante la genética, podríamos hacernos la pregunta: ¿Mi cuerpo sigue siendo mi cuerpo?
Sin caer en la ciencia-ficción, sentimos que nuestros cuerpos ya no tienen exactamente los mismos contornos que antes. No sabemos muy bien cuáles son sus límites, lo que es posible o lícito, lo que puede cambiarse sin que cambiemos la identidad o no. Hemos pasado de fabricar muñecos o autómatas a convertirnos en ellos, en una inquietante búsqueda de inmortalidad. Pero hasta el robot muere, como los replicantes de Blade Runner, buscando desesperadamente a su creador.
Su aspecto inalterado desde el momento de su creación no dejaba demasiado margen al uso de una experiencia determinada por el programa para el que fueron fabricados. Con la conciencia de si mismo el ser humano adquiere la posibilidad de elección, como en el caso de Virgil Oldman en La Mejor Oferta: a lo largo de todo el filme, mientras el protagonista sufre una transformación física y psicológica en el transcurso de la cruel trampa en la que caerá, se va construyendo un autómata que proyectará sobre él la verdad de la que nunca supo darse cuenta. Ambos, Virgil y el autómata se quedan solos en la gran sala vaciada, que había contenido todos sus deseos reprimidos.
En ese momento, la conjunción entre hombre y máquina es total, y es cuando ese hombre debe decidir entre la vida y la muerte. Una lucha interior reflejada muy bien por Barbara Kruger en su subversiva Your Body is a Battleground. El enfrentamiento con uno mismo se ha convertido en un enfrentamiento con un cuerpo del que no podemos distanciarnos. Parafraseando a Foucault, podríamos decir que el cuerpo se ha vuelto más importante que nuestra vida.
Estéticamente, el cuerpo es un instrumento político, y como tal, es el soporte de una acción directa: el body-art hizo patente la toma de conciencia del cuerpo como campo de batalla, una convicción expresada en la idea de que “lo personal es político”. Fueron las mujeres quienes comenzaron a redefinir su cuerpo como “una fuente de energía emocional variable”, lanzando una contraofensiva a la imagen convencional de la mujer dominada: en Cuerpo Rojo (1963), Carolee Schneemann, tumbada, cubierta de pintura y serpientes, representaba la estatua de una diosa griega, representando la naturaleza frente a la guerra. “No es casualidad que la cultura occidental más tecnológica y militarista se haya puesto a destruir todos los lugares sagrados de las antiguas diosas”, dijo a propósito del bombardeo norteamericano a Irak durante la guerra del Golfo.
Siguiendo a McLuhan (“la extensión de un solo órgano de los sentidos altera la manera en que pensamos y nos comportamos. Cuando esos parámetros cambian, el hombre cambia”), Stelios Arcadiou “Sterlac”, máximo exponente del body-art cibernético, se ha convertido en un escultor “genético” que reestructura e hipersensibiliza el cuerpo, realizando performances con su cuerpo desnudo plagado de electrodos y cables, en consonancia con la imagen de los Borg de Star Trek. Con su cuerpo amplificado, sus “ojos-láser”, su “tercera” mano, su brazo automático y su “sombra vídeo”, Sterlac encarna con anticipación el híbrido hombre-máquina en el que nos estamos convirtiendo todos metafóricamente.
Al ser más el centro nervioso orgánico de un sistema cibernético que un ser humano, Sterlac expresa literalmente la idea de una humanidad terminal, atrapada en la red global. Toda una anticipación de Matrix.
En contraposición con esta imagen, Sterlac realizó otro tipo de performances, llamadas “suspensiones”, entre 1976 y 1988, donde su cuerpo era levantado por cables mediante ganchos de acero hincados en su piel. Evocaban la ingravidez prenatal, el efecto espacial de flotar sin gravedad, recordando la danza del sol de los indios norteamericanos.
En cada performance, el dolor se hacía insoportable mientras era subido y bajado, haciendo falta varios días para que Sterlac se recuperara para su siguiente actuación. Era un intento de superar los límites del dolor. Su cuerpo colgaba como un pedazo de carne en una carnicería, y su visión transmitía un distanciamiento casi clínico respecto a la propia existencia física del artista.
Así como McLuhan resumió sus ideas con la frase: “el medio es el mensaje”, Sterlac condensó sus teorías en el aforismo: “el cuerpo está obsoleto”. Si las suspensiones representaban una lección sobre los límites físicos y psicológicos del cuerpo, las acciones cibernéticas serían los últimos ensayos anteriores a la evolución posthumana: “La evolución acaba cuando la tecnología invade el cuerpo. Una vez que la tecnología da a cada individuo la posibilidad de progresar individualmente en su desarrollo como cosa, la cohesión de la especie ya no tiene importancia“.
El cuerpo ha dejado de ser sujeto para convertirse en objeto, no como objeto de deseo, sino como objeto de diseño. En este contexto nos adentramos en un período de confusión entre lo real y lo virtual. Y aquí el director David Cronenberg viene a darnos el contrapunto, preguntándose “si acabamos de empezar una importantísima fase de nuestra evolución“, dirigida por una selección antinatural catalizada por la tecnología. Sus ideas están expresadas en Videodrome (1982), donde recrea la frase de Visual Mark: “Primero ves vídeo. Luego llevas vídeo. Luego comes vídeo. Luego eres vídeo“. El profesor Brian O’Blivion, el “profeta de los medios”, le dice a Max Renn, protagonista de la película: “Tu realidad ya es a medias una alucinación de vídeo. Si no tienes cuidado lo será completamente. Tendrás que aprender a vivir en un nuevo mundo muy extraño“. “La pantalla de televisión es la retina del ojo de la mente. Por tanto, es parte de la estructura física del cerebro. Por tanto, todo lo que aparece en la pantalla es una verdadera experiencia para los que la miran. Por tanto, la televisión es la realidad y la realidad es menos que la televisión“.
Los personajes de Cronenberg se transforman por la tecnología en autómatas deshumanizados o, peor aún, en mutantes inhumanos, lo que me recuerda a William Burroughs: “el caos político y social que vemos por todas partes refleja una crisis biológica subyacente: el final de la raza humana“. Según él, nuestro próximo paso evolutivo se proyectará en el espacio: “Ya tenemos la tecnología para… producir modelos mejorados y variados del cuerpo que se adaptan a las condiciones del espacio. Los astronautas pierden sus huesos y sus dientes. Un esqueleto no tiene función en la ingravidez”.Mr Manhattan del cómic de Alan Moore : WatchmenOpina que, modificada para acomodarse a la ingravidez, la forma humana podría parecerse a un pulpo, que es un poco la idea de Terence McKenna, aunque para él es algo más metafórico que morfogenético. Pensaba que en la nueva realidad virtual “los hombres y las mujeres podrán abandonar su concha simiesca para convertirse en pulpos virtuales nadando en un mar de silicio”, con lo que quería decir que las representaciones de los cuerpos de pulpos generadas por ordenador serían perfectamente apropiadas para nuestro futuro virtual. O podríamos tener un supercuerpo energético como el del Dr. Manhattan, de The Watchmen.
Como podemos comprobar, la ambientación de las actuales películas de ciencia-ficción no andan muy desencaminadas respecto de estas ideas. Matrix nos espera. De todos modos, la idea del pulpo de McKenna es cuanto menos curiosa: “Como el pulpo, nuestro destino es convertirnos en lo que pensamos; que nuestros pensamientos se conviertan en nuestros cuerpos y nuestros cuerpos en nuestros pensamientos. La realidad virtual puede ayudar aquí, ya que la electrónica puede convertir los sonidos vocales en sensaciones visuales en la realidad virtual… Por fin veremos realmente lo que queramos decir”.
Tras esto nuestro mundo podría parecerse al de la película Los Sustitutos (2009), de Jonathan Mostow, en la que nuestros cuerpos prácticamente dejarían de usarse, y nuestra conciencia se proyectaría en simulacros moldeados a nuestro gusto. O si no, pensemos en un futuro sin cuerpos, reduciendo nuestra conciencia a su pura quintaesencia.