Por Eduardo Nabal y Juan Argelina
Aunque no podemos decir que tuviera una larga historia, sí que fue una historia intensa, intensa e inacabada. El cine de la II República, no ambientado en la época sino realizado durante ese mismo periodo, fue un cine que se movió entre el cine de lucha y el costumbrismo, entre el combate, el entretenimiento y el olvido.
Marcado por la llegada del sonoro, mantuvo su peculiar star-system y su necesidad de abrirse a nuevas capas sociales que luego serían infrarrepresentadas. Un cine condenado al exilio, enterrado por la llegada del NO-DO, la censura de todo tipo y las exaltaciones fascistas y patrioteras. En esa época se fundó Cifesa, que luego se convertiría en el minihollywood del franquismo, una productora de derechas hecha de cartón piedra y nobleza baturra. Clicka los enlaces para más información
Nombres como Imperio Argentina, Miguel de Molina, Florián Rey (que había dirigido “La Aldea maldita” una de las mejores obras mudas de nuestro cine), y también, después del escándalo de la anticlerical “La edad de oro”, y del osado documental “Las Hurdes” (un filme único en su género que denunciaba el olvido de la región y la pobreza en un sector ignorado por el Estado español, y que, por su crudeza, tuvo problemas con la censura y llamó la atención en el mundo entero), Luis Buñuel. Todos ellos fueron desapareciendo.
Con la llegada de la Guerra Civil y el golpe de Estado del general Franco se acercaron a estas tierras algunos directores y escritores extranjeros como André Malraux que con “L´Espoir” adaptó su propio alegato novelado en contra del avance del fascismo en España, un alegato histórico que aquí recibió el nombre de “Sierra de Teruel”.
Más importante, áspero y documentado aún es el documental de Joris Ivens “Tierra de España”, narrado por Ernest Hemingway que, como otros izquierdistas extranjeros, vieron en España un laboratorio donde se gestaba el fascismo y el nazismo en toda Europa. Hollywood se acercó con filmes más bien blandos como “Bloqueo” de William Dieterle, donde la España herida de muerte era solo un decorado confuso de una batalla a punto de perderse y recomenzar desde otras trincheras.
La Historia nos revela el vacío del arte cuando la guerra y la represión desangran a las poblaciones y las entierran en miseria. El cine, esa misteriosa evocación de la caverna platónica, en la que la pantalla ejerce una fascinación hipnótica, y que ofrece la ocasión única de ver resumida una vida en cien minutos, fue entendido rápidamente como instrumento de placer y entretenimiento, así como arma de manipulación y propaganda.
La guerra civil española mostró un lado creativo impactante llevado a cabo por realizadores europeos como Joris Ivens o Jean Paul Le Chanois, que supieron adaptar lo mejor de la experimentación documental (Eisenstein,Vertov, Pudovkin, Flaherty) a la causa republicana. Aún se conservan excelentes documentales realizados por laCNT (muchos de ellos de perdieron durante la guerra). Luis Buñuel, q
ue ya había sido censurado por la osadía de su “LasHurdes, tierra sin pan” (1933), que representaba una salida a la cruda realidad de un territorio devastado por siglos de abandono, con una intensa carga de crítica política, participó creativamente y probablemente supervisó mucho de ese material documental (caso de “Espagne 1936”, de Chanois).
Tras la prohibición de “Las Hurdes” por el gobierno de Lerroux, no volvió a dirigir hasta su exilio mexicano, pero fundó la productoraFilmofono en 1935 junto a Ricardo Urgoiti, que completó cuatro interesantes películas: “Don Quintín el amargao” (1935), de Luis Marquina, de la que Buñuel dirigió una nueva versión en México, “La hija del engaño” (1951), basada en el sainete de Carlos Arniches y Antonio Estremera; “La hija de Juan Simón” (1935), de José Luis Sáenz de Heredia y Nemesio Sobrevila, película que supuso el debut cinematográfico de Carmen Amaya; “¿Quién me quiere a mí?” (1936), de José Luis Sáenz de Heredia; y “¡Centinela, alerta!” (1936), de Jean Grémillon, comedia militar, realizada en Madrid en una atmósfera de huelgas continuas acompañadas de combates y atentados violentos, de la que Buñuel rodó algunas escenas, según comentó él mismo en “Mi Último Suspiro”.
Fue la primera vez que se exploraban las posibilidades que ofrecía el cine comercial para transmitir contenidos culturales o morales diferentes a los convencionales. Recurriendo a la comedia y el melodrama, Buñuel se valía de esas películas para burlarse del orden burgués, dejando entrever algo de la moral subversiva que después desarrollaría en sus obras posteriores. Afortunadamente, pese a que el franquismo convirtió el país en un erial cultural, la libertad creativa perduró y se desarrolló en el exilio, y, aquellos directores que permanecieron realizando películas en España, como José Luis Sáenz de Heredia, Juan de Orduña, Antonio Román, Rafael Gil, Florián Rey, Benito Perojo, Edgar Neville o Manuel Mur, aunque debieron adaptarse a la propaganda del régimen, intentaron superar la banalidad de los temas de sus obras con ingeniosas experimentaciones técnicas y fotográficas, que abrirían el camino a nuevas generaciones de directores, con el suficiente valor para crear sátiras con una importante carga crítica, alejadas de las típicas “españoladas” oficiales. Clicka los enlaces para más información