Billy el Niño, el policía torturador con medallas

Foto EFE

Por Acacio Puig

Torturadores: las tenazas de la dictadura franquista

El miércoles 30 de mayo, las casposas “hazañas” del policía jubilado Antonio G. Pacheco, “alias Billy el Niño” -torturador, miembro de la BPS, la policía política franquista- rebotaron por las paredes del Congreso de Diputados.

Ante la denuncia por Podemos de aquellas barbaridades (felicitadas de hecho por el ministro Zoido y el gobierno del PP, que niegan su veracidad) la derecha neofranquista reiteró que el torturador conservará “la medalla al mérito policial” (sic) concedida el 13 de junio de 1977. Tal distinción “por servicios extraordinarios” supone también un plus salarial del 15% que arrastra a su pensión.
El actual secretario general de Podemos, diputado P. Iglesias, sollozó durante el rifi-rafe dialéctico. Entre lxs invitadxs- muchos antaño víctimas de aquel indeseable- se alzaron puños cerrados.

Aquel mismo día en que a Billy le otorgaron su Medalla al Mérito, el 13-06-77, el BOE comunicaba también las menciones-medallas concedidas a otros 26 policías y guardia civiles, bajo el ejercicio de Rodolfo Martín Villa como Ministro del Interior. Las medallas al mérito policial, creadas en 1943 por la dictadura, premiaban las labores de miembros de las fuerzas represivas cuyos mandos habían sido instruidos por la GESTAPO nazi (uno de ellos, el sanguinario comisario de policía Melitón Manzanas, ajusticiado en 1968 por ETA y precedido por el ahorcamiento de Adolf Eichmann artífice de “la solución final” que fue ejecutado en 1962 en el estado de Israel).

Se prologaba así (a bombo y medalla) en junio de 1977 la Ley de Amnistía, “ley de punto final” para los crímenes franquistas que seria promulgada cuatro meses más tarde, el 15 de octubre de 1977.

El linaje de las torturas físicas en España desde 1938-1939, encontró modelo e instructores en la GESTAPO, (como después en las dictaduras latinoamericanas y en bastantes “democracias parlamentarias” como sigue denunciando Amnistía Internacional y expresan las prácticas implementadas en el campo de concentración de Guantánamo y sus “externalizaciones de presos” bajo gestión de la CIA).

El franquismo, envuelto en barras y estrellas ganó, a cambio de su eficaz persecución de los vencidos (“los rojos”) espacio político ante el imperialismo estadounidense al que entregó bases acordes con su interés geoestratégico y ante la propia ONU, en la que ingresó tempranamente a pesar de contradecir la Carta Fundacional de 1945 en asuntos de calado como “el respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivo de raza, sexo, idioma o religión”.
Por fortuna, en 2014 la portavocía de la Comisión de la ONU sobre Desapariciones Forzosas, evidenció su voluntad de rectificar el visto bueno otorgado tempranamente a la dictadura (y a su herencia) visto bueno que inexplicablemente se había prolongado durante décadas. Esperamos con interés los resultados y emplazamientos al gobierno del reino de España que esa comisión formulará de nuevo durante su muy próxima reunión en Ginebra.

Cierto es que la dictadura franquista conoció transformaciones significativas en el curso de sus cuatro décadas de plena vigencia.
Los masivos asesinatos extrajudiciales que proliferaron desde 1936 en la llamada “zona nacional” -que ostenta un record por hectárea de “Paracuellos fascistas”- se “reorientaron”, sobre todo a partir de los primeros planes de estabilización y los gobiernos opusdeístas tecnocráticos de inicios de la década de los 60 del pasado siglo. La imagen de un régimen “de casquería” no beneficiaba a un país que se entronizaba en Europa a base de sol, vino y paellas (el turismo y el SEAT 600 para las clases medias).

Progresivamente, la represión selectiva sustituyó a la represión de masas, que por otra parte ya había logrado el objetivo fijado por el general Mola en 1936 de aterrorizar a la población.
Pero la Policía Política (la Brigada Político Social) tenía mucha tarea por delante y perduraba como la espina dorsal técnico represiva del régimen, junto a la Policía Armada y el Ejército (y los aparatos legislativo-jurídicos que garantizaban la impunidad de semejantes prácticas).

La BPS, educada en la más feroz voluntad de extermino de “las hordas rojas” fue un cuerpo extenso, prolongado por redes tentaculares de chivatos y confidentes y carente de cualquier escrúpulo. Un cuerpo mimado por el régimen y que operó blindado por la más completa impunidad.
Ni siquiera hoy, tantos y tantos años después de la muerte del dictador, se ha logrado quebrantar la impunidad de aquella BPS (ni del resto de los cuerpos represivos franquistas) como prueban las argucias de la Audiencia Nacional ante las demandas de extradición o juicio de quienes cometieron delitos de genocidio y/o lesa humanidad y como demostró la sesión de Cortes con la que iniciamos este artículo.

Sin afán de abundar en la casquería de aquel momento histórico si resulta necesario el testimonio de lo padecido en los calabozos madrileños de la DGS (Dirección General de Seguridad) de la Puerta del Sol, en el edificio que hoy ocupan las oficinas centrales de la Comunidad de Madrid. Ninguna placa menciona las siniestras funciones albergadas en el mismo. Por lo que respecta al período conocido como tardo franquismo en que las ejecuciones extrajudiciales pasaron a ser excepción, testimoniamos lo que sigue.

En los sótanos, oscuros, húmedos y permanentemente impregnados de una pestilencia dulzona que emanaba del rancho, estaban los calabozos y los wáteres. El uso de aquellas letrinas atufadas indistintamente de olor a lejía y mierda, dependía de la voluntad de los guardias, policía armada, de modo que no era raro acabar orinando en un rincón del mismo calabozo. Lo que a los guardias producía mucha risa y les daba ocasión de insultar y golpear.

Las sacas para subir a los despachos de interrogatorio eran constantes y su periodicidad arbitraria. Se buscaba la máxima desorientación del detenido y la permanente interrupción del sueño.
Una vez en los despachos, insultos, gritos y bofetones constituían el precalentamiento con que se iniciaba la sesión para pasar inmediatamente al vapuleo a cargo del grupo ocupado en obtener declaraciones.

El menú del día constaba esencialmente de ruedas de aporreamiento, combinando puños y porras (eufemísticamente llamadas “defensas”), el esposamiento en los fatídicos radiadores, que facilitaban golpear al detenido inmovilizado y el pateo colectivo del detenido contra el suelo.
Periódicamente, el grupo policial conminaba a delatar o firmar declaraciones inculpatorias.
Ingredientes habituales fueron “el pato”, es decir esposas en las muñecas y tobillos y caminar en cuclillas hasta el agotamiento: caer suponía pasar a la fase de pateo policial.

En ocasiones cambiaba la coreografía y la rueda policiaca –de escaso diámetro- situaba al detenido esposado en el centro, de modo que fuese proyectado, de puñetazo a puñetazo, a lo largo del círculo de “deportistas”. Finalmente, alguna bestia de gimnasio, remataba faena despachando al reo con golpes más profesionales. (En mi caso, el púgil policial fue con frecuencia un peso medio que practicó sobre mi persona lo esencial del repertorio clásico -directo, crochet y sobre todo uppercut, es decir gancho de abajo arriba…preferentemente desde la boca del estómago).

En fase siguiente –crea lo que crea el señor Zoido y sus amigos– se pasaba a “quirófano” en sesiones intensivas. Alternando la sujeción del reo entre dos sillas o sobre una mesa de despacho, se pasaba al golpeo rítmico y simultáneo con porras en las plantas de los pies y la base del cuello. Algún otro torturador completaba el cuadro, golpeando vientre y costados, o costados y muslos… ¡Aquello era ya otra cosa! Al dolor intensísimo sucedían los derrames y la pérdida de conciencia.
No ampliaré el repertorio aunque recomiendo los excelentes reportajes sobre aquella barbarie publicados por las revistas INTERVIÚ el 23 de octubre de 1978 y por TIEMPO el 29 de noviembre de 1982). Sin embargo esa crueldad no fue excepción de sicópatas como Billy hay que señalar que fue la norma en cientos y cientos de torturadores como él durante la larga noche franquista, que operaron como las tenazas de un régimen brutal.

Concluyendo

Vivimos en un país que mantiene la “cultura” franquista. No está tan lejos el escándalo revisionista publicado por la Real Academia de Historia, edulcorando la imagen de la dictadura. La corrupción histórica es avalada por la Judicatura que se acoge a la ley de Amnistía para correr un tupido velo sobre los horrores del franquismo desde el Alzamiento de 1936 y exculpa a los denunciados por la Justicia Argentina (la Querella).

Perduran aquí partidos fascistas de viejo y nuevo tipo, Fundaciones como la Francisco Franco, General Yagüe o la División Azul.
Ministros del franquismo escamotean sus responsabilidades ante las demandas de investigación procedentes del ámbito de la Querella Argentina (algunos se libran… porque fallecen). Los símbolos de la memoria franquista perduran aún en calles y perduran también sus monumentos (sus Memoriales, desde el Valle a otros más disimulados como el dedicado en Madrid a los Alzados del Cuartel de la Montaña cerca del Templo Debord)…mientras los de quienes defendimos la libertad y la igualdad son laminados a golpe de piqueta (las cárceles), pintarrajeados, o reconvertidos en Paradores Nacionales (el viejo campo de concentración de San Marcos en León) o en conventos “limpios de polvo y paja” (San Pedro Cardeña en Burgos y tantos otros).

El “bosque franco-fascista” es enorme y su desarrollo cancerígeno.
Y me preocupa mucho que un árbol (en este caso “Billy el Niño”) acabe ocultándolo y desfigurando tan siniestro paisaje en lugar de contribuir hacerlo visible en toda su extensión. Eso suele ocurrir a veces, cuando la justicia “no sabe –no contesta” y el tiempo pasa y corre a favor de los verdugos y en contra de las víctimas.

El mismo día que se concedió la medalla al mérito policial a Billy…se concedió a otros 26 miembros de las fuerzas represivas, decía más arriba contrastando el BOE de aquella jornada: ¿Quienes eran? ¿Qué “servicios extraordinarios” prestaron a la dictadura?

La impunidad es tan extensa y “hereditaria” que la auténtica regeneración democrática necesaria requiere un calado enorme, el que no haga posible que “cambie algo para que todo siga igual”.
En eso estamos, desde muchas trincheras antifranquistas que trajinan Memoria e Historia en búsqueda de Verdad, Justicia y Reparación… desde tierras ibéricas y desde todas aquellas otras en que sufrieron nuestros exiliados y sus descendientes.

Acacio Puig es miembro de La Comuna (Presos y presas del franquismo)

Deja un comentario