Por Marcos Mesa
Cuando uno piensa en un momento determinado de la Historia del Arte, en primera instancia no se para a pensar que se trata de una construcción “oficialista” y que existen ejemplos y vestigios que prueban y dan cabida a alternativas a esa línea instaurada.
Siempre me gusta citar el ejemplo al que aludía mi profesor (al cual a posteriori y extrañamente invitarían a irse de la Complutense) de “Clasicismo en el arte” (una asignatura que deslegitimaba la Historia del Arte de Winckelmann, y el tratamiento del arte clásico en el siglo XX, entre otras doctrinas), los Ostraca egipcios, pequeños fragmentos de arte del pueblo egipcio, que, según contaba mi profesor,no mucho tenían que ver con el Arte Egipcio del Imperio. Se trataban de apuntes y en muchos casos representaciones características con motivos cotidianos, sexuales, domésticos etc. realizados por la gente común que revelaban otra cara del Egipto de las Pirámides; algunos tenían incluso representación de rostros en vista frontal y no de perfil, como de costumbre.
Muchas de estas pequeñas obras finalmente acababan como ofrendas al faraón, dios todopoderoso, el cual las trituraba para ser utilizadas como argamasa para sus grandes construcciones y su Arte Imperial. Por suerte muchos de esos fragmentos fueron encontrados y nos ha llegado este pequeño testimonio de arte no perteneciente al “régimen”, una ventana que nos habla de un Egipto distinto dentro de una interrelación de arte y poder.
Al hilo de otro arte salvado de la desaparición y ya camino de centrar este artículo en la abstracción pictórica, me gustaría recordar la exposición que tuvo lugar el verano pasado en Valladolid donde se mostraba medio centenar de piezas escultóricas procedentes del Bode Museum de Berlín; esculturas góticas (católicas) que se salvaron de las llamas del furor iconoclasta que las teologías luteranas y calvinistas impusieron para romper de una vez por todas con la iglesia de Roma.
La floreciente burguesía de Centroeuropa había promovido el auge de la escultura realista gótica que en Alemania por ejemplo, dejó un legado artístico increíble de los siglos XV y XVI. Sin embargo la llegada de la teología protestante rompió los esquemas y, aunque lejos de influir negativamente, condicionó a la sociedad para acercarse a la divinidad por medio de la música y también de la abstracción misma; de ahí que en Centroeuropa tengan una especial percepción abstracta que se diferencia de la España de Velázquez y Goya (monarquía), donde la pintura abstracta suscita mucho más rechazo. Y por ello en el Sur de Europa las escuelas de arte en los noventa se acercaban más al dibujo y el realismo mientras que en Viena o Berlín, gracias a siglos de poso cultural, religioso y social, evolucionaron de la abstracción al diseño y a otros oficios artísticos. El poder -en este caso, el religioso- influyó y finalmente cambió la forma de percibir las cosas, la realidad, la representación, etc…
Pero la abstracción que tanto cuesta en España tuvo y cosechó artistas informalistas nacionales de gran calado (algunos a la sombra de Franco y las bienales norteamericanas), como el grupo “El paso” por citar un ejemplo e incluso en los círculos artísticos de los 80 se hablaba de la pintura matérica española. ¿Cómo pudo ser?
En la universidad se nos dice que cada arte debe ser ejemplo de su tiempo (como si los criterios cayesen del cielo), pero algunos profesores nos hablaron de cómo la Cía y el poder instigaron un arte abstracto especulativo de elevados precios. Tiempo después se ha sabido que el Expresionismo Abstracto Norteamericano fue una maniobra para evitar un arte social que representase en plena Guerra Fría las miserias que vivían los desfavorecidos como ya antes del futurismo (arte abstracto previo al fascismo) sucedió en Italia.
La explosión artística de Norteamérica, que colocó a nueva York como una gran capital del arte, fue instigada e impulsada desde las más altas esferas. Nació el Expresionismo Abstracto Norteamericano, aunque cueste de creer, desde las oficinas de uno de los servicios de inteligencia de EEUU, la Cía. Este arte (cuyo poder cautivador y artístico no pongo en duda) se vendió con chorros de tinta como un ejercicio de libertad individual; de transgresión de las normas, de creatividad frente a la (desde la óptica capitalista occidental): encorsetada, gris, decimonónica pintura soviética (realismo industrial proletario y cotidiano) y otras corrientes que pudieran surgir (críticas o solidarias).
Ya en la actualidad me gustaría citar como ejemplo de colisión ideológica entre cercanía del poder con el arte contemporáneo, las palabras del director del Museu Europeu d’Art Modern, José Manuel Infiesta, notorias en multitud de entrevistas y en las que detalla la existencia de determinados intereses creados por los poderes políticos y financieros; alude a esta realidad no solo en artes plásticas, en la música también. De modo que en este museo de pintura y escultura que podríamos definir “más próximo a las formas académicas y la representación” ha constatado la existencia de esta especie de dictadura estética (ya no solo con la abstracción de la forma sino también con el arte contemporáneo) que se da en nuestro país.
Y es que el poder siempre modela el tipo de arte que desea implantar en su sociedad. El calvinismo trajo la abstracción y con ello no solo cambió el arte, también cultivó e influyó en la percepción de sus habitantes. A pesar de una gran tradición de pintura realista norteamericana, los grandes poderes financieros y los servicios secretos bien engrasados en proyectos de ingeniería social impulsaron un arte individualista con un poder de representación del entorno más limitado. El expresionismo abstracto que más tarde sería implosionado para ser fagocitado por el arte pop con su sospechoso acercamiento a la reproducción en serie de matiz industrial y capitalista, formaría parte de una estrategia profunda para cambiar la percepción de la población y dirigirla hacia otras formas de representación y consumo (no hablaré de lo que las mismas estructuras empresariales artísticas ansiosas de tópicos y simulacros sociológicos hicieron con el Gran Basquiat).
La exposición Documents d’acció que mostraba a los informalistas en la Fundación Tàpies de Barcelona el año pasado se molestó mucho en criticar la finalidad comercial de muchas obras informalistas y abstractas pero omitió cómo muchos de esos artistas españoles se arrimaron a la llamada del Régimen franquista para participar en las bienales e impulsos del arte abstracto (ideológimente anticomunista) de la corriente norteamericana. Dentro de un mes habrá una exposición de expresionismo abstracto norteamericano en el Guggenheim de Bilbao, seguramente no contará toda la verdad sobre el éxito de esta corriente artística y su traición posterior.
Esta reflexión no pretende condenar a ningún tipo de movimiento artístico como tal, dado que soy plenamente consciente de que los museos rusos siguen y seguirán eclipsando al público igual que los museos Guggenheim o los más valientes con menos apoyos políticos como el MEAM de Barcelona. Aunque sí pretende hacer una llamada de atención ante los proyectos artísticos, culturales y sociales de “geoingeniería social” impulsados por el poder, sea económico, religioso o financiero y su gran influencia en los movimientos culturales que dicen engendrarse de la nada en medio de la sociedad (como fruto del azar). Son movimientos que en realidad obedecen a estrategias profundas y de modulación tanto del pensamiento y la forma de percepción general como de las costumbres colectivas (sobre todo si sus impulsores han realizado caros estudios y aprendizajes en países con agencias de inteligencia bien engrasadas como Estados Unidos o Rusia).
Excelente artículo citas a Basquiat. Pero no citas a Keith Haring que ahora es famoso pero empezó en el metro de la urbe. Salud.