Por Eduardo Nabal
Crítico de cine
Se fue una de las grandes cómicas del cine español, pero una actriz de comedia poco usual y tirando a iconoclasta. Musa del primer Almodóvar, progresivamente relegada a los mismos papeles, Chus Lampreave ha representado un punto de ruptura interesante en el cine español, al incorporar el humor irreverente a la figura de la anciana de aspecto candoroso pero, saltándose barreras, resultona y sin pelos en la lengua. Gruñona, deliciosa, egocéntrica, lunática, imprevisible, jugando con el lagarto “don dinero”, Lampreave cruzó los años ochenta hasta nuestros días, desafiando los patrones del género y la edad y encarándose a toda suerte de personajes con una personalidad a la vez arrogante y vulnerable que ha hecho las delicias de generaciones.
El poder de Chus Lampreave siempre estuvo en la autoparodia y en la capacidad de decir las frases más absurdas y punzantes con una expresión seria: eso que llamamos ironía. Aunque sus papeles se fueron reblandeciendo desde aquella abuela incendiaria de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? o siguió dejando momentos hilarantes en filmes como “La flor de mi secreto”, “Matador” o “Volver” y, sobre todo, fue una mujer muy auténtica, celebrando una gran capacidad de supervivencia en el caos a través del humor negro mezclado con el tono caústico de sus preciadas apariciones.