Carol: el precio de la libertad

Por Eduardo Nabal

“Carol” de Todd Haynes insufla vida a una novela injustamente olvidada, una de las primeras de Patricia Highsmith -escrita mientras trabajaba unas navidades como dependienta en una tienda de juguetes- después de vender solo unos cuantos relatos recién reeditados en castellano y escribir su primera novela que sería llevada a la gran pantalla.

Justo antes del éxito de  la versión cinematográfica de Hitchcock de su inolvidable  “Extraños en un tren” la autora de novelas policiacas más famosa de su tiempo escribió esta historia de amor entre dos mujeres en plena era McCarthy, firmada con seudónimo y titulada en inglés “The Price of Salt”.

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Una historia que rechazaron muchas editoriales hasta que vio la luz y la autora se convirtió en una pionera, en un momento de tímido destape, sobre todo en el campo de la novela gay masculina con libros como “La ciudad y el pilar de la Sal” de Gore Vidal o algunos textos de Carson McCullers, Truman Capote o Tennesse Williams en el ámbito estadounidense, al que también pertenecía la autora de la también laureada “El talento de Mr Ripley”, experta en crímenes sórdidos, matrimonios mal avenidos, intriga psicológica,  desastres domésticos, crímenes reales o imaginarios y fracasos íntimos disfrazados.

Una pionera que recibió un montón de correspondencia agradeciéndole un gesto que trascendía lo literario para apelar a un montón de mujeres invisibles alcanzando una dimensión social sin precedentes.

Los primeros bares de gays y lesbianas eran clandestinos en los cincuenta y estaban al día los empleos mal pagados y temporales.

El incisivo melodrama de Haynes sigue la línea iniciada por “Lejos del cielo” aunque en este caso no recurre al pastiche sirkiano sino a la adaptación de una novela de la época, una novela a la vez discreta y atípica en el universo de su autora que el director de “Poison” y “Velvet Goldmine” sigue con bastante fidelidad y notable sensibilidad a sus líneas al principio tímidas y progresivamente más desafiantes al establishement.

Una novela a la medida de su época (como ya hizo en la serie de televisión “Mildred Pierce” sobre el elegante folletín policiaco James M. Cain, autor de “El cartero siempre llama dos veces”) que refleja esas corrientes de represión y subversión subterráneas que cristalizarían en las luchas por los derechos civiles de la década siguiente, donde lo privado pasa a lo público, donde el lugar de la mujer en la sociedad estadounidense de clase media, baja y alta, se redefine y eso tiene su reflejo tanto en el cine como en la narrativa de éxito o las revistas populares, algunas destinadas al público femenino.

La película de Haynes (como “Fran for heaven”) es un elegante y visualmente arrebatador melodrama de época, ambientado y hasta sobre o demasiado ambientado en su meticulosa mezcla de glamour y apuntes realistas (con su toque de denuncia social) con guiños al cine del periodo (Wilder), pero también otra nada velada requisitoria contra la intolerancia, el sexismo y la hipocresía de un periodo de la historia de EEUU que Haynes parece haber escogido como el ideal para reflejar, siempre de refilón, las miserias y la hipocresía  del momento presente en temas privados y públicos ejemplificados aquí tanto en el largo divorcio de la madura Carol de su esposo y su lucha por la custodia de su hija como por el novio de Therese que empieza a sospechar de la relación entre ambas y no es capaz de comprender su relación, dada por el realizador de forma ajustada, algo fría pero perfecta en el fondo y en la forma .

Como en “Lejos del cielo” son los pequeños detalles audiovisuales, los objetos que adquieren doble significado los que pueden volverse mas reveladores, no en vano Haynes elige que la protagonista más joven aspire a ser fotógrafa, estilizando aún más la parte estetizante del filme, acompañado de una también elegante banda sonora de Carter Burdwell,  posiblemente el compositor más cotizado del cine independiente estadounidense de nuestro tiempo (Sherlock, Un tipo serio, Un hombre soltero…)

“Carol” se erige por derecho propio en una obra dura y sombría, rodada, eso sí, con amor y  primor y hasta con un punto de cursilería en su meticulosa ambientación, con composiciones y reencuadres, saltos en el eje de los planos, que pueden, en algún momento, ahogar el relato y los personajes que, no obstante, en parte gracias al esfuerzo tanto de Cate Blanchet como de Rooney Mara (espléndidas ambas en un juego nada sencillo).

Un esfuerzo encomiable  por dar fuerza a dos personajes separados por elementos reales y simbólicos, dos mujeres que pertenecen a dos mundos y capas sociales bien diferentes pero a una misma especie proscrita e invisibilizada en los EEUU durante los cincuenta: las mujeres que aman  a otras mujeres, en un anonimato no siempre fácil de mantener.

La intolerancia se respira en la nieve, los largos o significativos silencios, los pequeños detalles de una clandestinidad hecha de retazos… Esos guantes que olvida Carol en el mostrador de la juguetería nos recuerdan al chal morado que pierde Julianne Moore en “Lejos del cielo” y que recupera el jardinero negro. Esa pistola que nos recuerda quien a escrito la historia original. Ese romanticismo melancólico iluminado de forma lánguida con ecos de Hooper y el technicolor de los cincuenta.

La aproximación entre las dos mujeres, nuevamente, vuelve a ser titubeante pero Haynes nos obsequia con dos intensas escenas de sexo en un hotel que recuerdan vagamente al mundo más alegre y menos claustrofóbico de “Desert Hearts” pero lo que allí era deshinbición aquí con miradas, pequeñas caricias, gestos, regalos, desagradables sorpresas…al fin y al cabo, parece disculparse Haynes, estamos en los cincuenta de Patricia Highsmith y en un Nueva York trajeado,  helado por la nieve, y el advenimiento de la guerra fría.

Las dos mujeres se reencuentran en la mesa de una elegante cafetería donde siempre son observadas por una mirada (masculina), que parece acecharlas en su búsqueda de la libertad, sea desde una falsa camaradería hasta el panóptico familiar-psiquiátrico o el chantaje que ya aparecían en “Far from heaven” y que pesan de un modo incierto sobre las decisiones de ambas a la hora de retrotraerse o lanzarse a una aventura en común.
Pero algo parece claro para ambas mujeres, sean valientes o no, no son ellas quienes han escogido un camino de susurros y clandestinidad, parecen mas conscientes que otras del universo de Haynes de vivir en un mundo que no se ha hecho a su medida, en un lugar donde ya no quieren ser solo muñecas en un escaparate, fugándose hacia la creación fotográfica o hacia la libertad, por precaria que pueda parecernos esta y teniendo en cuenta que pertenecen a ambientes socio-económicos bien distintos, definidos tal y como se definían en el cine de la época con parientes chismosos y caseras gruñonas al pie de la escalera

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