El viaje de Castilla a ninguna parte y el derecho a no decidir nada 4ª Parte

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El viaje de Castilla a ninguna parte

Por Basilio el Bagauda

Quizás lo que más nos divida a los castellanos/as y a los leoneses/as sea nuestra particular visión de Castilla, como si en 1520 el tiempo se hubiera congelado y se proyectara hasta nuestros días: la España imperial con la Corona de Castilla y su rey Carlos al frente versus la Santa Junta de los Comuneros y la Constitución de Ávila, la oficial de los salones del Poder versus la reivindicativa, popular, identitaria y revolucionaria de las campas de Villalar.

Supongo que a pesar de que nos estemos acercando al quinto centenario, el hecho de que un pensador como Karl Marx escribiera que “no ha habido hasta el presente siglo revolución seria excepto la guerra de la Santa Junta”, es para sacar pecho aunque sus esencias hayan sido exterminadas desde la decapitación de los comuneros. Y como dice el himno oficioso del Nuevo Mester de Juglaría “desde entonces ya Castilla no se ha vuelto a levantar”.

A partir de ahí y desde entonces la Iglesia Católica se convirtió en la guardiana de la moral y de la ideología, y la nobleza se encargó de mantener el orden, ensanchar el reino, acumular rentas y sustentar la estructura piramidal. Acabado el viejo régimen, las élites mesetarias se mostraron refractarias a las reformas liberales del s. XIX, consideradas enemigas de las esencias patrias, y la población, eminentemente rural, seguía apegada a las tradiciones y a la desconfianza por lo nuevo.

Poco cambió el s. XX y no hace falta recordar dónde triunfó el golpe de Estado de 1936, dónde se hicieron en pocos meses grandes autos de fe para volver a exterminar a los disidentes, a los heterodoxos, y como durante 40 años más fuimos la “reserva espiritual de España”. Durante 40 años exportamos de nuevo identidades y símbolos para que Castilla fuera España, para que España fuera Castilla. Durante 40 años nos desangramos perdiendo lo mejor de nuestra juventud, y aún seguimos en ello, mientras buena parte del país rejuvenecía ante la llamada de la Industria.

Cuando murió el monstruo, León y Castilla la Vieja, salvo honrosas excepciones, estaban despojados de identidad, con una baja tasa industrial, y una sociedad maniatada por la impermeabilidad de sus élites.

Desde el inicio de la España de las autonomías pocas cosas cambiaron, y cómo se construyó nuestra comunidad autónoma fue toda una declaración de intenciones de la nula relevancia que íbamos a tener en la economía, en la cultura y en la política de nuestro país.

Es obvio decir que siguieron mandando los mismos con las mismas maneras que ya he explicado en capítulos anteriores.

Hasta que llegó la temida crisis, como al resto del globo: el enésimo ciclo capitalista de depresión y contracción del 2008 y el estallido de la burbuja financiera dejó a nuestra tierra como un erial: el cierre de industrias como El Árbol, ETM,FEMSA, Lear, Metalibérica, Nutrexpa, Puertas Norma, Sintel, TRW Automotive o World Wide Tobacco; los despidos masivos en otras como Antibióticos, Bridgestone, Gestamp, Grupo Valdeval, Nissan, Pevafersa, Proinserga y Renault; y la precarización de las condiciones de vida de las clases trabajadoras, a través de las contrarreformas legislativas de los gobiernos del PSOE y del PP y el desplazamiento de una buena parte de los trabajadores a la economía sumergida, han dado buena cuenta del lodazal de pobreza e injusticia en el que España se ha instalado.

Mientras tanto las tierras castellanas y leonesas languidecían sepultadas por el olvido institucional, la falta absoluta de imaginación, ya secular de nuestros insufribles políticos, y una sociedad cada vez más envejecida que padece de una grave adicción a una potente y tóxica droga: el conservadurismo reaccionario. Un psicotrópico de uso colectivo que mantiene las constantes vitales de sus consumidores en niveles de hibernación y que se activa, produciendo altos niveles de actividad neuronal junto a verborrea y espasmos físicos violentos, cuando los individuos escuchan otras lenguas ibéricas diferentes al castellano.

Pero menos mal que llegó también el tsunami de la nueva política hasta nuestras tierras, un tsunami que ha querido despertarnos del sueño eterno en el que nos encontrábamos.

Comenzaré con los últimos en llegar aunque en realidad ya estaban aquí: los Ciudadanos. Sin ser aún especialmente agraciados en sus primeras elecciones autonómicas se han convertido en la llave de ayuntamientos tan importantes como León, Salamanca o Palencia.

Al parecer estos muchachos han venido a traernos la regeneración democrática y el liberalismo , que no la liberalidad: no se vayan a molestar los obispos de nuestras diócesis. Por eso han elegido apoyar, en la mayor parte de las administraciones, a un partido político que prácticamente “no ha tocado pelo” en Castilla y León, el Partido Popular. Eso sí poniéndole durísimas condiciones que harán sudar a los populares como la progresividad en estos cuatro años de la gratuidad de los libros de texto en la educación obligatoria o las, hasta ahora, inexistentes ayudas al empresariado. Una gran aportación de ideas a nuestra tierra que a buen seguro cambiará nuestro paisaje.

Pero, ¿de dónde han salido estos muchachos sensatos y responsables? Pues si uno analiza los principales líderes de cada taifa llega a la conclusión de que el partido se ha construído rápidamente en torno a políticos-empresarios poco existosos en el PRCAL, partido de supuesto regionalismo creado por medianos empresarios, y a disidentes del Partido Popular como el Alcalde de la segunda localidad más grande de Soria, Almazán, que fue procurador en Cortes hasta que cayó de la lista y se montó el Partido Popular Soriano (PPSO).

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Elecciones Castilla y León 2015

Al otro lado de la balanza se encuentra Podemos que consigue, también en nuestra comunidad, aglutinar a descontentos del injusto orden social, a personas cansadas de la política de siempre, a socialdemócratas desilusionados, a multitud de jóvenes con inquietudes y a militantes y simpatizantes de diferentes movimientos sociales y partidos de izquierda. Sus principales armas, un discurso antielitista sin complejos y la generación de ilusión por la intervención en política de las clases trabajadoras con un rechazo frontal a las cúpulas, a los aparatos.

Pero, ¿qué ha quedado de todo esto en Castilla y León tras un potente inicio y unos regulares resultados electorales?

He de reconocer que me encuentro como un naúfrago después de quemar mi última antorcha sin rescate.

A juzgar por los hechos, los círculos primigenios se han debilitado por la ausencia de la independencia prometida y son dirigidos en su mayor parte por antiguos militantes de otras organizaciones políticas, especialmente de IU.

Así mismo, están adoleciendo de la misma lacra que sufrían los partidos de la región: falta de independencia en la toma de decisiones frente a Madrid, incluso con la colocación de “cuneros” como el madrileño Miguel Vila en Burgos, y dificultad para tener un proyecto propio para nuestra Comunidad.

Basta recordar las 24 horas que duró la insinuación y posterior rectificación de Pablo Fernández acerca de la posibilidad de separar las tres provincias leonesas al poco de celebrarse las elecciones autonómicas, afirmaciones como la realizada en una tertulia organizada por ABC-COPE hace dos meses expresando que “aquí el PP es distinto al de Madrid porque es más moderado” (no es que sea más moderado, es que aquí no ha tenido necesidad de pelear) y poniendo como ejemplo el diálogo social entre los sindicatos y la patronal (que digo yo que para eso ya tenemos a Herrera), o la firma conjunta con el resto de los grupos políticos de la enésima agenda de la población, como en los mejores tiempos de las oposiciones inexistentes.

Los mismos vicios, los mismos gestos que amortajan un territorio que necesita valentía en los propósitos, imaginación en las ideas, juventud en nuestras ciudades, población en nuestros desiertos terruños y sobre todo mucho, mucho amor por nuestra tierra, como el que prendió en el corazón de Machado.

Podemos ha hecho bandera de la participación política de todos y tiene entre sus principales motores el derecho a decidir, pero aquí en la tierra de los comuneros, con estos mimbres y con estas nuevas “viejas maneras”, ¿QUÉ CARAJO DECIDIMOS NOSOTROS?

Para leer más:

El viaje de Castilla a ninguna parte y el derecho a no decidir nada 3ª Parte

El viaje de Castilla a ninguna parte y el derecho a no decidir 2ª Parte

El viaje de Castilla a ninguna parte y el derecho a no decidir 1ª Parte

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